UNA MIRADA, CINCUENTA AÑOS ATRÁS.
A veces es bueno hacer un alto en el camino para volver la mirada atrás y
“al volver la vista atrás -como diría
Machado- se ve la senda que nunca se ha
de volver a pisar”.
Y eso me ha ocurrido en este mes de mayo de 2016 cuando contemplo el mayo
de 1966. Una etapa que pude vivir desde
Sucre, en mis primeros andares por esta Bolivia entrañable…
FE Y ALEGRÍA
Un 9 de mayo de 1966 este movimiento de educación popular iniciaba sus
primeros pasos en Bolivia. Hace 50 años nacía, como toda nueva vida, de una
semilla pequeña. Semilla importada desde Venezuela, gracias a la inspiración de
un jesuita, el P. José María Vélaz que, en 1950, había iniciado una experiencia
de educación popular.
Y esa semilla, años más tarde llegaría a nuestro país, difundida por otros
jesuitas, el P. Víctor Blajot y el Hermano Humberto Portocarrero -con el apoyo de religiosas- para fructificar y multiplicarse… ¿La base inicial de la experiencia? La
humildad del pueblo comprometido con el cambio: en La Paz, en la zona de La
Portada, el Sr. Octavio Amarro, un trabajador fabril, padre de ocho hijos, cede
cinco dependencias de su humilde vivienda para que sean utilizadas como aulas…
“Si no se hacen como estos pequeños…”
De igual forma, en Santa Cruz, donde antes no existían ni calles ni menos
el asfalto -fiel al lema de que “Fe y
Alegría comienza donde se acaba el asfalto”-
se inició la escuelita de La Merced con apoyo de las religiosas Hijas de
Jesús.
Después seguirían Sucre, Potosí, Oruro y Cochabamba. Con campañas y rifas
todos en Fe y Alegría -religiosos,
profesores, estudiantes- colaboraron
para conseguir fondos para las escuelas.
UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA (UCB)
En el mismo mes, unos días más tarde, el 14 de mayo de 1966, correspondería también a los jesuitas dar los
primeros pasos en la creación de la Universidad Católica, en la ciudad de La
Paz. En aquel caso no había familia humilde que entregara parte de su hogar
para empezar las clases. Fue el Superior Provincial de la Compañía de Jesús
quien cedió su vivienda y el terreno de Següencoma para que se organizara
también el primer curso.
No partió la Universidad Católica de una necesidad
popular, sino del pedido de la Conferencia Episcopal de Bolivia. Era otro el
público al que se iba a atender y muchos jesuitas jóvenes nos oponíamos a ese
proyecto.
La obediencia a los obispos pudo más en los primeros años, pero pronto los
jesuitas se retiraron de la UCB para que la Conferencia Episcopal designaran a otros una obra que -sin negar lo meritorio de la enseñanza
superior- no respondía tan directamente
a la vocación de la Compañía de Jesús: trabajar con los más marginados, esos
que en palabras del actual Papa Francisco son los “descartados” de la sociedad.
¿CONTRASTE O COMPLEMENTO?
Para la celebración de los 50 años, en Fe y Alegría no hubo grandes
acontecimientos ni visitas de autoridades. En Santa Cruz ni el alcalde ni el
gobernador se hicieron presentes al acto de reconocimiento. La prensa tampoco
cubrió un hecho tan importante a pesar de los miles de jóvenes que pasaron por
sus aulas y de los más de cien mil adultos que salieron del analfabetismo y
estudiaron gracias al Instituto Radiofónico Fe y Alegría.
En cambio, para la celebración de los 50 años de la Universidad Católica
llegó desde Roma un representante del Papa y se reunieron en la catedral diferentes autoridades. La prensa
editó incluso una separata resaltando el crecimiento de la universidad en
Bolivia: de treinta y un alumnos en 1966 ha pasado a catorce mil…
Como en muchas ocasiones, queda latente una inquietud: ¿Los humildes y
marginados de esta sociedad son menos atendidos por esa Iglesia de Cristo Jesús
que escogió -según el Vaticano II y las
declaraciones del CELAM- a los más
necesitados? ¿O ambas tareas son acogidas por la Iglesia y se complementan
entre sí, desde la alfabetización de gente humilde hasta la titulación de
“notables profesionales”?
Las palabras de Francisco son claras y contundentes: “No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten el mensaje.
Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio (…).
Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y
los pobres. Nunca los dejemos solos” (La alegría del evangelio, nº 48).