jueves, 30 de agosto de 2018

La primera infancia


RETAZOS DE UNA VIDA

I.              LA PRIMERA INFANCIA

De mi infancia pocos recuerdos guardo y los que se agolpan a mi mente me llegan en desorden, sin una claridad cronológica.

Sé que el 19 de enero de 1935 dos ciudadanos de Murcia, Teresa y Francisco, encaminaron sus pasos hacia la iglesia parroquial de San Antolín y en ella contrajeron matrimonio. Ellos serían mis padres. Pero mi pasado histórico casi ahí termina pues nunca conocí a mis abuelos paternos y traté muy poco con los maternos.
Parece que en aquellos tiempos  -o en la región murciana-  no se hablaba mucho de la guerra civil que envolvería a España durante tres años. ¿Murieron de muerte natural mis abuelos paternos? ¿Fueron asesinados durante aquella contienda que enfrentó a los españoles republicanos en contra de los sublevados llamados nacionalistas? El hecho es que ni siquiera aparece el nombre de ellos en la participación matrimonial. Por parte de mi padre, es su hermana, María (una tía que sería para nosotros desde el nacimiento como una abuela) quien invita a la celebración del matrimonio. Por parte de mi madre, fueron sus padres, José y Rosa, quienes publicaron la convocatoria. 

¿Quiénes serían los padres de mi padre? ¿A qué se dedicaron? Tan solo escuché alguna ligera referencia a que mi abuelo paterno hubiera sido un maestro de escuela, ya que a mi padre  -bromista por regla general.-  le gustaba repetir el dicho: “ése pasa más hambre que un maestro de escuela”… Fuera de alguna frase suelta, ni tan siquiera el nombre de ellos supe nunca y en casa no se hablaba de los abuelos… Una dinastía ascendente muy breve la mía…  

Sé que cinco años más tarde, un 29 de enero de 1940, llegué a este mundo, en un barrio clásico de la Barcelona antigua, en Sants, en la calle Sant Medir, y deduzco que ahí estuve los primeros años de mi vida, aunque no recuerdo qué hice en aquella primera etapa.

Lo que sí puedo afirmar  (y supongo que eso influyó en el olvido de algunos momentos que pudieran haber sido algo importantes) es que provengo de una familia murciana, que migró como otros miles y miles a Barcelona al acabar la guerra civil y que, por lo mismo, nunca recibí una influencia ni del idioma (mis padres apenas llegaron a decir en catalán más que “bon día”…) ni de las costumbres catalanas…

Mi padre era guardia civil y durante la guerra lo destinaron a Barcelona, con lo cual después de un tiempo, aparecimos viviendo toda la familia en un cuartel de la guardia civil. A mí no me desagradaba eso de vivir a toque de corneta militar: nos despertaban al toque de diana y nos íbamos a dormir cuando sonaba también la corneta con el toque de queda. Cada familia recibía un pequeño apartamento dentro del cuartel, y ahí vivíamos mis padres, mi hermano mayor (que también había nacido en Murcia) y yo. Dentro del cuartel había una sección, la intendencia, (el economato, se llamaba) donde se conseguía lo indispensable para vivir, dado que en aquel tiempo de posguerra había mucha carestía. Supongo que a las familias de los militares se les facilitaba la compra de pan, arroz y otros alimentos.

De pequeño me afectó una bronquitis intensa y duradera. Cada día, durante varios meses, me ponían una inyección y ya mi cuerpo estaba como regadora, casi todo perforado, hasta que a un médico más sensato se le ocurrió que me haría bien un cambio de aires, vivir en otro ambiente más seco. Murcia, lugar de origen de mis padres, donde vivían dos tías de mi madre (las chachas, les decíamos) se presentaba en el horizonte, como una región más seca y en donde podría vivir sin tener gastos de alquiler ni de alimentación; mis tías no habían tenido hijos y estaban felices de recibirme en su casa…

Sin embargo, en un viaje por tren, en aquel tiempo de locomotoras impulsadas con carbón, el cansancio era muy fuerte; podía ser peligroso para mis accesos de tos. La solución fue el barco: un viaje de dos (¿o tres?) días en barco, por el mar Mediterráneo resultaba más suave. ¿Sería aquel viaje de la infancia un preludio de lo que significaría veinte años más tarde mi viaje, no sólo por el Mediterráneo sino cruzando el Atlántico para llegar a Sudamérica?

Y ahí me fui en compañía de la tía, hermana de mi padre (la tita María), que viviría siempre con nosotros y se convertiría en el hada madrina de mi hermano y mía. Al primer día de navegación se me pasó la tos. Se acabó sin avisar, tal y como había llegado… y con esas travesuras propias de los niños, lancé por la borda todos los medicamentos al mar… ¡No iba a necesitarlos más!  En aquellos tiempos no se hablaba de la protección del mar y con mi gesto espontáneo tal vez algún pez se sanó al tragarse mis jarabes.

Y no sólo tiré las medicinas, también hice lo mismo con la gorra de un marinero que se había hecho amigo nuestro. Y vaya por dónde, la forma de agradecer la amistad, allá en mi tierna infancia, fue agarrar su gorra, jugar con ella y luego… ¡zás!, a ver si la pillas… ¡Se la tragó el mar! Nunca pude saber si el marinerito habría sido sancionado por no estar completo su uniforme, pero en el candor de la infancia me reí e incluso él  -no tiene importancia, señora, le dijo a mi tía-   reaccionó sonriendo un poco.



El barco nos dejó en Cartagena, el puerto de la región murciana, y desde ahí en tren a Murcia capital, donde nos esperaban dos viejitas de edad indefinible, siempre vestidas de negro, viudas ambas, sin hijos, que se convertirían en mis ángeles guardianes.



De aquella época  -¿tendría yo seis o siete años?- recuerdo muchos momentos hermosos, experiencias únicas, en una ciudad que más parecía un pueblo. Ahí vi por vez primera las tartanas, unos carretones tirados por caballos, que hacían las veces de taxis o transporte público.

Sentados en el carrito, con las maletas encima de las rodillas, mis chachas, mi tita María y yo nos trasladamos desde la estación del tren hasta la casa donde pasaría varios meses disfrutando del cariño de mi familia murciana y del respeto que infundía haber nacido en Barcelona: para los murcianos yo era “el señorito” que había llegado desde una gran capital donde había tranvías, autobuses y otras modernidades de aquella época que no existían en el sur de España.

                                               (Ejemplos de tartanas, de los años 1940…)