Septiembre de 1970. El tren me
había llevado desde Madrid a París. Y ahí, cambié de estación para trasladarme
desde la estación de Austerlitz, en París, a la Gare de Midi, en Bruselas… Empezaba un nuevo trayecto de este mi
caminar…
La primera impresión fue algo
desoladora: dejar México, con su cielo azul y la calidez de sus habitantes, y pasar
a Bruselas, con un cielo grisáceo, llovizna frecuente, calles angostas y el
color plomizo fruto de una ciudad nórdica, no fue lo más adecuado para
despertar el entusiasmo.
Sin embargo, en los años setenta,
cuando todavía no era tan fácil viajar por dos continentes y por diferentes
países me entusiasmaba el reto que se me presentaba y trataba de entresacar
todo el aspecto positivo de esa ciudad de la cual sólo conocía, a través de la
lectura, dos hechos importantes:
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El Atomium |
Por una parte, recordaba que en el año 1958 se había realizado la primera Feria Internacional en el mundo que, entre otras obras monumentales, estrenó el famoso “Atomium”, una creación gigantesca que reproducía el átomo y por donde los visitantes podían caminar y comer en cafeterías instaladas en las burbujas del átomo.
Por otra parte, Bruselas me traía a la mente la JOC, a su fundador belga el P. Pierre Cardijn, que tanto había influido en mi adolescencia para tomar la decisión de optar por el sacerdocio[1]. La JOC se había extendido por el mundo obrero: formé parte de ese movimiento en Barcelona, cuando trabajaba en la fábrica de autos Pegaso, y la encontré también en Sucre, en 1964.
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Manneken Pis |
Sin embargo, ni el Atomium ni resabios de la JOC encontré a finales de esa década de los 70. Lo primero que vi y que más me sorprendió fue la estatuilla de un niño orinando, como ícono de Bruselas. Y allá confluían visitantes y turistas del mundo entero, entre ellos, yo con mi asombro a cuestas. Era el Manneken pis[2], emblema y distintivo de la ciudad, capital del reino de Bélgica.
La Grande Place, de noche Y pasé de lo emblemático a lo grandioso cuando llegué a la Grande-Place,[3] que recibía a cuanto visitante pisaba sus losetas y que, después de admirar la belleza de sus edificios, ascendía por graderías de madera para llegar a las cafeterías. No puedo negar que ahí olvidé lo que a primera vita me había dado la impresión de ciudad lúgubre o triste, y empecé a comprender que me hallaba en una de las grandes capitales europeas. |
Belgas valones (de habla
francesa) y belgas flamencos (de habla
casi holandesa) compartían una pequeña nación, de poco más de 30.000 kms2, en dos regiones marcadas por un idioma y una
historia diferente cada una; y en Bruselas, en la capital, se reunían ambas
culturas con un parlamento y un gabinete ejecutivo compartido, dentro de una
estructura política monárquica de corte parlamentario.
A nivel religioso, Bélgica había
contribuido, durante el Concilio Vaticano II, a la renovación de las
estructuras de la iglesia. El cardenal Suenens fue famoso por las controversias
sostenidas en Roma con el ultraconservador cardenal Ottaviani. Y ésa era otra
de las razones para sentirme atraído a estudiar en Bélgica: por una parte, el
enfoque teológico de modernidad posconciliar que se vivía en la iglesia
católica y, por otra, el nivel académico y de avanzada, que mostraba la
universidad de Lovaina en la carrera de Sociología, así como en el Instituto
Lumen Vitae[4] (Luz de
la vida) dirigido por jesuitas, con catedráticos de Lovaina. Todo ello ofrecía
una cierta garantía de que viviría una etapa de renovación pastoral.
Y en mi caso, la familia de Madame Cécile Bergman, con sus tres hijos, me acogieron no sólo a mí sino a todos los latinoamericanos. Mme. Cécile nos llevó a un centro de acogida para inmigrantes judíos donde había ropa de invierno para todos los gustos y todas las medidas: abrigos, guantes, chalinas… Se trataba de sobrellevar el frío nórdico y no teníamos dinero para muchas compras. Yo recogí un abrigo negro, con sombrero y guantes negros, además de mi barba negra propiedad mía. Al día siguiente, caminaba por las calles de Bruselas como un rabino judío…
Lumen Vitae
Entre
la época de las dos grandes guerras europeas y con la demanda de independencia
y lucha descolonizadora en muchas naciones africanas, había nacido ese
instituto internacional que recibía a becarios de África y América Latina, además
de muchos estudiantes europeos. Cuando llegué, en septiembre de 1970, lo
dirigía le Père Delcuve, un jesuita misionero en África -lo que entonces era llamado Congo
belga- y que tenía una clara visión de
que debíamos estudiar una teología entroncada en la vida social y política de
nuestros países de origen.
Todavía
no se hablaba de la teología de la liberación, pero la semilla de ese
pensamiento se iba plasmando en nuestras clases y reuniones. Tuvimos como
profesor invitado al gran pedagogo brasileño Paulo Freire, quien durante una
semana nos hizo vibrar con la realidad de la dictadura en su país y cómo había
que buscar un enfoque educativo que liberase a las grandes mayorías.
En
reuniones, trabajos de grupo, stages[5]
con apoyo a migrantes, se iba desarrollando lo que hoy día llamaríamos un
diplomado.
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Reunión en Taizé: mayo 1971 |
La comunidad de Taizé
Nacida
con un sentido ecuménico, se formó al sur de Francia una comunidad de monjes
luteranos, metodistas y católicos que compartían la oración, la lectura de la
biblia y la vida toda: querían mostrar con su ejemplo que la palabra de Cristo puede
ser realidad: “Que todos sean uno, como Tú Padre y yo somos uno” (Juan, 17:
11-22). La Comunidad de Taizé es una comunidad monástica cristiana
ecuménica, fundada en 1940 por el teólogo suizo Roger Schutz, conocido como
Hermano Roger, en la localidad de Taizé, Francia.
Desde
Bruselas nos trasladamos un grupo de amigos y amigas, alquilamos carpas para
dormir en los jardines del monasterio y, durante el día, asistíamos a reuniones
sobre sociedad y política, además de participar en la Eucaristía concelebrada
por católicos, luteranos y otras denominaciones religiosas. Cristo estaba
presente en nuestros encuentros “donde estén dos o tres reunidos en mi nombre,
allí estaré con ustedes” (Mateo, 18:20).
El
encuentro en Taizé significó también una apertura a la normalidad, a la oración
pero también al ocio: gimnasia en las mañanas, afeitado gracias a una compañera
que manejaba la cuchilla de afeitar.
Terminado el encuentro de Taizé todavía faltaba un trimestre para completar el curso en Lumen Vitae. Tres meses nomás, pero tres meses que serían decisivos en el caminar de este caminante…
[1] Sobre el papel de la JOC en mi vida hablé
en el capítulo primero de Retazos de una vida.
[3] La plaza central de
Bruselas, mundialmente conocida por su riqueza ornamental, está rodeada por las
casas de los gremios, el Ayuntamiento y la Casa del Rey. Está considerada una
de las más bellas plazas del mundo
[4] Creado en 1935 por la Compañía de Jesús, el Centro
Internacional Lumen Vitae ofrece una formación en catequesis y pastoral
adaptada al mundo de hoy.
[5] Así se llamaba al estudio de alguna
materia que debía ser aplicada en barrios o en grupos sociales populares