Así describe García Márquez a Simón Bolívar cuando lo define en la
novela “el general en su laberinto”. Y
así veo a un papa que quiere renovar, transparentar la iglesia,
acercarla más al pueblo, pero envuelto y rodeado todavía por un gran sector de
la jerarquía eclesiástica que lo rodea y tratará de evitarle su encuentro con
la realidad. Esperemos que en su visita a Bolivia el mismo papa se aplique lo
que él recomienda a los obispos en su encíclica, La alegría del evangelio:
“…Hay que escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos”
(EG., 31).
LLEGA EL PAPA FRANCISCO, el hombre que quiere vivir en humildad y
sencillez, que deja los privilegios del Vaticano para vivir en una residencia y
comer con los visitantes; el hombre que pide suprimir títulos como Santidad,
Eminencia, Monseñor, llega a visitar un país laico por Constitución, pero
católico en gran parte por su tradición y la enseñanza impartida por quienes
quieren mantener su status.
Oficialmente se está preparando avenidas limpias por donde él pase -porque
al pueblo se lo deja que viva inundado-, altares en el 2º anillo a los pies del
monumento al Cristo y en el cambódromo -allá donde en carnaval las reinas
bailarán luciendo todo su esplendor-, ley seca para mostrar a un pueblo
sobrio -aunque luego el alcoholismo se
seguirá manteniendo y será uno de los causantes de violencia machista y de
violaciones a jovencitas-. Llega a un país y una región donde la mujer es
ultrajada con mucha frecuencia y donde fallecen muchas de ellas por abortos
clandestinos.
¿No resulta contradictorio semejante show organizado para un papa que
desea acercarse al pueblo, conocer sus necesidades y traer un mensaje de paz y
amor? Ojalá no lo envuelvan en una burbuja para arroparlo e impedir que hable
con el pueblo...
Y es que todo ese el montaje que se está realizando para agradar al papa
Francisco tiene el peligro de hacernos perder de vista lo fundamental de su
papado. Se trata de engolosinar al visitante con altares hechos a la carrera y
con gran dispendio -la presidenta del
concejo municipal, Angélica Sosa, no rinde cuentas de los gastos y sólo repite
que recibieron apoyos-; con actos masivos para satisfacción no sólo del papa,
sino del clero, desde la cúpula más alta de los obispos -curioso constatar que las pocas religiosas
que aparecen en la televisión son las “monjitas” dedicadas a hacer hostias…-,
pero pareciera que se tratara también, por parte de los organizadores de opacar
el sentido de este papa renovador.
Y la gran importancia de este papa, en primer lugar, es la
revalorización de la TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN. No podemos olvidar que
mencionar dicha teología era poco menos que una infidelidad a Roma y, por ende,
a obispos y jerarcas de nuestra iglesia. Ahora, gracias a la elección de
Francisco, se abren las puertas -aunque las de nuestras diócesis todavía estén
anquilosadas- al mensaje teológico de fe
y praxis, o la fe desde la praxis…
Otro gran signo de Francisco es que ha reconocido la santidad de
luchadores en favor del pueblo y ha beatificado al gran arzobispo Romero, en El
Salvador, hombre que murió consecuente al mensaje bíblico, pero que no había
sido aceptado por la curia romana ni por las nuestras. Y por eso, este
miércoles 8, por la noche, Francisco tendrá también el gran detalle de
detenerse unos minutos al bajar por la autopista de El Alto a La Paz para orar
cerca del lugar donde fue asesinado el jesuita Luis Espinal, también bastante
olvidado por los órganos oficiales de la iglesia, aunque no así por el pueblo
por quien luchó y murió
.
En tercer lugar, Francisco dio un gran paso al decidir que se aclaren
las cuentas del Banco Vaticano, centro comercial en el que miembros de la mafia
italiana actuaban y que se había convertido en foco de lavado de dinero. Y otro
gran paso más reciente ha sido el nombramiento de un tribunal eclesiástico para
juzgar a pederastas y a quienes los protejan.
Francisco, un papa renovador, que pretende seguir la línea evangélica de
aquel Jesús que entró a Jerusalén a lomos de un asno y recibido por el pueblo
con palmas; que fustigó a los mercaderes del templo y que recibió a
prostitutas, ahora tendrá que ver el montaje realizado para recibirlo con todos
los honores habidos y por haber, que recibirá llaves de todo color y valor, y
que en vez de palmas verá un altar de lujo
-hecho sí con cariño- que lo
mantendrá alejado de ese pueblo que no tendrá ni espacio para acercarse durante
la eucaristía ni dinero para adquirir unas manillas, reservadas para los más
pudientes.
Confiemos en que Francisco rompa con tanto formalismo, con tanta
seguridad que lo aleja de la gente y también
-¡URGENTE, PAPA FRANCISCO!- que
revise la postura de la iglesia ante la mujer: ya basta de ver a religiosas al
servicio de obispos y sacerdotes, como si no fueran capaces de ser
profesionales al servicio de la iglesia. Como afirmaron en el último congreso
de mujeres en la iglesia, realizado en Roma el pasado 28 de abril: “Nosotras,
mujeres de la iglesia, no somos huéspedes, sino somos iglesia (…) ya es hora
que la iglesia deje de hablar de la mujer y se disponga a hablar con las
mujeres” (Congreso en la Pontificia Universidad Antoniana de Roma).