El viaje por
Europa, en septiembre – octubre de 1973, no había obtenido un gran resultado
con la visita al Vaticano.
Se truncaban las
esperanzas de la ordenación de sacerdotes aymaras casados.
Obispo Adhemar y María Pedro |
Luego nos
reencontraríamos todos, pero sin olvidar que, con el golpe militar del 19 de
agosto de 1971, se había iniciado una etapa marcada por persecución política,
golpes de estado (con unos breves paréntesis), narcotráfico y endeudamiento
económico, que se extendería hasta octubre de 1982 con el retorno de gobiernos
democráticamente elegidos.
El manifiesto de los 99
Los años de la dictadura de Bánzer
no fueron fáciles para quienes no opinaban como los militares. Desde radio
Fides y en el periódico Presencia, el jesuita Luis Espinal denunciaba las
detenciones arbitrarias, la cárcel, torturas y confinamiento… Un gran abogado,
valiente y luchador, Morales Dávila, seguía la misma línea junto con otros valientes
defensores de la vida y de los derechos humanos.
En las minas destacaba una gran
mujer, Domitila Chungara[1],
que fue apresada y torturada, pero siempre se mantuvo fiel a sus principios.
Entre las religiosas se destacaron unas colombianas que recibieron en su
convento a un grupo de militantes del ELN, que se sabían perseguidos por los
organismos de represión. Llegaron a las puertas de la casa religiosa, en pleno
centro de La Paz, y recibieron refugio. Sin embargo, iban armados. Eso
comprometía a las monjas. Tampoco podían dejarlos en la calle porque serían
exterminados.
¿La solución? Había que ocultar las
armas dentro del mismo convento. Y con gran valor, al mismo tiempo que algo de
ingenuidad, levantaron un falso tabique dentro de una habitación y ahí
colocaron las armas. Esa noche estucaron la pared, la pintaron…, pero toda la
obra de “albañilería” estaba fresca. Cuando los militares irrumpieron en el
convento, golpeando las paredes, no tardaron en encontrar la falsa pared. A
golpe de culatazos abrieron un boquete y dentro aparecieron las armas. Los
titulares de la prensa del día siguiente difundieron las denuncias del gobierno
con fotografías de las armas: “¡Las monjas protegen a los comunistas!”.
La superiora de la congregación y
otra hermana fueron expulsadas. El resto de la comunidad permanecería en La
Paz, vigiladas atentamente por la DOP[2].
Ante esa serie de atropellos, un
grupo de ciudadanos -religiosos en su
mayor parte y laicos también- firmamos
un manifiesto en favor de la libertad y contra la dictadura: éramos noventa y
nueve los firmantes, de ahí el nombre de “Manifiesto de los 99”. Al día
siguiente, el Ministro del Interior, Mario Adett Zamora, declaró ante la prensa
que los 99 podíamos ir preparando nuestros pasaportes porque seríamos
expulsados del país.
Sin embargo, el ministro fue cesado
en sus funciones unos días después -abril
de 1973- y, en su lugar, asumió el cargo
el abogado Alfredo Arce Carpio, por tan sólo veintiocho días, pero suficientes
para suavizar las asperezas con la iglesia católica.
El sello rojo
En el año 1966 me había
nacionalizado boliviano y con pasaporte boliviano viajaba…, hasta que durante
el gobierno de Bánzer tuve que ir a Barcelona. En teoría no debía haber ningún
problema puesto que yo entraría a España como turista boliviano.
El problema se me presentó al
intentar regresar. La dictadura había ideado una forma más, entre otras, de
controlar a los ciudadanos: para viajar al exterior había que solicitar en el
Ministerio del Interior la visa de salida. Después de un par de días entregaban
el pasaporte con el sello que autorizaba el viaje, pero..., para regresar,
había que ir a un consulado boliviano y solicitar el sello de retorno (sin él,
no se permitía la entrada al país).
Con la alegría de saber que ya iba a
volver, todo sonriente me dirigí al consulado de Bolivia en Barcelona. Mi
sonrisa se transformó en un semblante de estupor cuando el cónsul me dijo que
no podía regresar: “¿Yo era indeseable?
¿Había hecho algo malo? No lo sé -me
respondió el cónsul- pero la visa de salida que le dio el
Ministerio, en La Paz, es de color rojo. Eso significa que no quieren que
regrese”.
¡Así había sido!
El “famoso” sellito rojo era la contraseña para que los cónsules, en cualquier
ciudad del mundo, negasen el sello de reingreso a Bolivia. Así se incrementaba
el exilio… Además de la molestia por saber que tenía que quedarme en España, mi
rabia era mayor por no haberme dado cuenta antes, al momento de salir. Pero,
ironías de la naturaleza humana, resulta que ¡soy daltónico! Era imposible que
distinguiera el color de la visa que me estamparon en mi pasaporte…
Hecha la ley,
hecha la trampa. Consulté con amigos y me dijeron que lo mejor era pedir un
pasaporte español, indicando que había perdido el anterior. Y con pasaporte
nuevo, sin sellos ni colores, regresé a Bolivia, ya no como ciudadano
nacionalizado, sino como turista español.
Una vez en La
Paz, consultando en la embajada española, me recomendaron renunciar a la
nacionalidad boliviana y tramitar mi visa de misionero residente. Así lo hice,
continué como misionero durante años y nunca imaginé en aquel momento que treinta
años más tarde, ya casado con boliviana, con hijas y nieto boliviano, podría
adquirir de nuevo la nacionalidad boliviana y ejercer mi derecho a sufragar por
nuestros gobernantes.
Las chuymas[3]
Otro de los momentos interesantes en
el trabajo que realizábamos desde Tiwanaku fue la llegada de un grupo de seis
religiosas españolas jóvenes. Llegaban a Bolivia con el deseo de acercarse al
pueblo, de vivir el mensaje del Concilio Vaticano II y estar con los más
necesitados. De ahí que no querían fundar ningún convento ni instalarse en
otros que ya existieran.
Chuymas con mis padres por Tiwanaku |
Y encontramos un
lugar ideal para ellas y para los aymaras: la comunidad de Wakullani, situada
junto al lago Titicaca, en donde se había construido recién una escuela para
primaria y secundaria. La comunidad aymara había construido unas casas de adobe
para los maestros de la escuela. Casas sencillas pero limpias, sin luz
eléctrica ni agua corriente, así como vivían los campesinos. El obispo las
recibió con alegría[4].
Con la llegada de las chuymas el
equipo pastoral de Tiwanaku quedó bastante completo: se ofrecía tanto la
preparación de catequistas y diáconos como alfabetización para los adultos, y
atención a la salud desde las postas de salud (Tambillo, con las Anas), San
Andrés de Machaca (con una enfermera), Jesús de Machaca (con las Misioneras
Cruzadas) y Tiwanaku (con las religiosas de los Sagrados Corazones y el grupo
de médicos egresados de la UMSA).
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Equipo de Tiwanaku confraterniza |
Entre búsqueda de identidad
religiosa, cambios posibles en la iglesia y gobierno de derechas transcurrieron
los año 70’ al 74’. Un hecho nos conmocionó a todo el equipo: la muerte del
pionero del grupo, el que había comenzado las primeras visitas en moto y que
fue aglutinando a todo el grupo.
Un día, el 22 de marzo de 1974, Gustavo
Iturralde fue encontrado muerto de frío en un barracón, en las faldas del
majestuoso nevado Wayna Potosí[5].
Este hecho marcaría un antes y un
después en el equipo de Tiwanaku. Junto a las grandes experiencias pastorales
vividas entre catequistas, diáconos, sacerdotes y religiosas, brotaría también
otra experiencia humana e inenarrable: la afectividad, el amor sublimado unas
veces, y otras, vivido hasta el matrimonio mismo.
[1]
Si me permiten hablar es el título de
la vida de Domitila escrita por la periodista brasileña, Moema Viezzer.
[2]
DOP, Dirección de Orden Político,
creada durante la dictadura para apresar y torturar a opositores al gobierno.
[3]
Las religiosas pertenecían a la congregación del Sagrado Corazón, palabra que
en aymara se traduce como “chuyma”. De
ahí que al poco de llegar ya se las comenzó a denominar “las chuymas”. [4]
Como no recordar la expresión del
arzobispo de La Paz, cuando fuimos a recibirlas al bajar del tren, alegres y
alborotadoras, con sus mochilas al hombro y vistiendo pantalón vaquero: “yo
esperaba unas madrecitas y han llegado unas scouts”, exclamó Mns. Manrique. La
iglesia tendría que cambiar mucho todavía para adecuarse a los tiempos que se
avecinaban…
[5]
Wayna, en aymara, significa joven.
El nevado tiene una altura de 6.088 mts y atrae a numerosos escaladores.