domingo, 4 de octubre de 2015

RETAZOS DE UNA VIDA. Cap. 17: Hacia la iglesia aymara.

Un equipo de trabajo.

Tiwanaku significó el encuentro no sólo con el pueblo aymara, sino con un gran equipo de trabajo. En Laja vivía el obispo aymara, Adhemar Esquivel, impulsor de la catequesis, liturgia y la iglesia aymara. Pero él necesitaba colaboradores y ahí se fue forjando un grupo  -tanto de religiosas como de sacerdotes- que compartía trabajos, inquietudes y búsqueda de respuestas: Laja fue la sede del obispo y el centro de formación para catequistas y diáconos casados y ahí confluíamos tanto los capacitadores como los aspirantes.

Entre los agentes pastorales de Tiwanaku, Laja, Tambillo, Jesús de Machaca, Andrés de Machaca, Huarina, Achacachi, Wacullani, además de los Yungas, nos unimos gentes de diferentes nacionalidades (bolivianos, holandeses, estadounidenses, españoles) y de distintas congregaciones religiosas (Agustinos, Jesuitas, Sagrados Corazones, Maryknoll, Santa Ana, Cruzadas de la Iglesia, Sagrado Corazón, San Louis Missouri,) con un solo espíritu: apoyar a la construcción de la iglesia aymara con su religiosidad propia y con sus agentes pastorales que, a la largan, habrían de conducir esa iglesia. Nosotros éramos temporales, subsidiarios para una tarea que debía estar en manos de la iglesia boliviana.  



Diáconos casados



En la década de los ’70  -y justamente ante la necesidad de que la iglesia aymara fuera asumiendo su papel evangelizador-  se inició la capacitación de aspirantes al diaconado.

 
Se aprobó el plan de formación teológica y el calendario de estudios, conformando un equipo permanente para el desarrollo curricular  -la base la componían dos religiosas: una Misionera Cruzada de la Iglesia y una de Maryknoll, además de un religioso agustino y otro jesuita-. Ellos a su vez convocarían a diferentes docentes, según la especialidad de cada materia.



Después de tres años, los primeros candidatos aymaras habían superado los estudios y tanto sus comunidades de origen como las esposas de los mismos dieron el consentimiento para su ordenación y posterior ministerio.

Ese domingo se transformó en un gra n pentecostés aymara: el obispo impuso las manos a los nuevos diáconos, les entregó el poncho, elaborado por las comunidades, y la biblia, como símbolos del ministerio. Sacerdotes y religiosos además de algunos periodistas participaron en el acto. Los diáconos repartieron la comunión a quienes participaron en la Eucaristía y, al finalizar, el obispo les encomendó la misión de administrar en sus comunidades aymaras los sacramentos, excepto la confesión y la consagración… Faltaba todavía dar un paso más para que se completaran los ministerios en la iglesia aymara: los sacerdotes casados.

¿Hacia el sacerdocio casado?

A mediados de 1973 se nos presentó una posibilidad excepcional. En la Europa posconciliar, especialmente en los Países Bajos, se afianzaba más y más la búsqueda de nuevos caminos de renovación[i].  En Lovaina se organizó un encuentro entre teólogos y agentes de pastoral, al cual fue invitado el obispo Adhemar Esquivel. La experiencia de la búsqueda de una Iglesia aymara había trascendido al viejo continente. La invitación nos pareció un momento adecuado para difundir la experiencia que vivíamos en el altiplano boliviano (y también en el peruano).

Una vez en el norte de Europa ¿por qué no aprovechar la oportunidad para llegar hasta Roma y presentar en el Vaticano la aprobación de ordenar como sacerdotes a los diáconos casados? Con el entusiasmo  -y la ingenuidad del impulso del reciente Concilio Vaticano II-  preparamos un dossier con las fotos de los aymaras, de las comunidades y la fundamentación teológica de un posible sacerdocio casado que, para no ofender a las mentalidades conservadoras del Vaticano, sólo se aplicaría a los aymaras ya casados, pero no a quienes habiendo sido ordenados célibes pretendieran posteriormente casarse.

Con ese plan y documento en manos, acompañé al obispo Adhemar, por un periplo que se iniciaba en Bélgica y pasando por Holanda, Alemania y España, finalizaría en Roma. Sin embargo, no habíamos podido calcular de qué forma finalizaría...  





[i] En Holanda, en Nijmegen, en la iglesia de los frailes agustinos, cada domingo la misa es presidida conjuntamente por un protestante y por un católico, que se turnan entre la liturgia de la Palabra y el sermón, y la liturgia eucarística. El católico es casi siempre un simple laico, y frecuentemente una mujer. Para la plegaria eucarística, en vez de los textos del misal se prefieren los textos compuestos por el ex jesuita Huub Oosterhuis. El pan y el vino lo comparten todos.

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