Un equipo de trabajo.
Tiwanaku significó el encuentro no sólo con el pueblo aymara, sino con un
gran equipo de trabajo. En Laja vivía el obispo aymara, Adhemar Esquivel,
impulsor de la catequesis, liturgia y la iglesia aymara. Pero él necesitaba
colaboradores y ahí se fue forjando un grupo
-tanto de religiosas como de sacerdotes- que compartía trabajos,
inquietudes y búsqueda de respuestas: Laja fue la sede del obispo y el centro
de formación para catequistas y diáconos casados y ahí confluíamos tanto los
capacitadores como los aspirantes.
Entre los agentes pastorales de Tiwanaku,
Laja, Tambillo, Jesús de Machaca, Andrés de Machaca, Huarina, Achacachi,
Wacullani, además de los Yungas, nos unimos gentes de diferentes nacionalidades
(bolivianos, holandeses, estadounidenses, españoles) y de distintas
congregaciones religiosas (Agustinos, Jesuitas, Sagrados Corazones, Maryknoll,
Santa Ana, Cruzadas de la Iglesia, Sagrado Corazón, San Louis Missouri,) con un
solo espíritu: apoyar a la construcción de la iglesia aymara con su
religiosidad propia y con sus agentes pastorales que, a la largan, habrían de
conducir esa iglesia. Nosotros éramos temporales, subsidiarios para una tarea
que debía estar en manos de la iglesia boliviana.
Diáconos casados
Después de tres años, los primeros candidatos aymaras habían superado los
estudios y tanto sus comunidades de origen como las esposas de los mismos
dieron el consentimiento para su ordenación y posterior ministerio.
Ese domingo se transformó en un gra
n pentecostés aymara: el obispo
impuso las manos a los nuevos diáconos, les entregó el poncho, elaborado por
las comunidades, y la biblia, como símbolos del ministerio. Sacerdotes y
religiosos además de algunos periodistas participaron en el acto. Los diáconos
repartieron la comunión a quienes participaron en la Eucaristía y, al
finalizar, el obispo les encomendó la misión de administrar en sus comunidades
aymaras los sacramentos, excepto la confesión y la consagración… Faltaba
todavía dar un paso más para que se completaran los ministerios en la iglesia
aymara: los sacerdotes casados.
¿Hacia el sacerdocio casado?
A mediados de 1973 se nos presentó una posibilidad excepcional. En la
Europa posconciliar, especialmente en los Países Bajos, se afianzaba más y más
la búsqueda de nuevos caminos de renovación[i]. En Lovaina se organizó un encuentro entre
teólogos y agentes de pastoral, al cual fue invitado el obispo Adhemar
Esquivel. La experiencia de la búsqueda de una Iglesia aymara había trascendido
al viejo continente. La invitación nos pareció un momento adecuado para
difundir la experiencia que vivíamos en el altiplano boliviano (y también en el
peruano).
Una vez en el norte de Europa ¿por qué no aprovechar la oportunidad para
llegar hasta Roma y presentar en el Vaticano la aprobación de ordenar como
sacerdotes a los diáconos casados? Con el entusiasmo -y la ingenuidad del impulso del reciente Concilio
Vaticano II- preparamos un dossier con
las fotos de los aymaras, de las comunidades y la fundamentación teológica de
un posible sacerdocio casado que, para no ofender a las mentalidades
conservadoras del Vaticano, sólo se aplicaría a los aymaras ya casados, pero no
a quienes habiendo sido ordenados célibes pretendieran posteriormente casarse.
Con ese plan y documento en manos, acompañé al obispo Adhemar, por un
periplo que se iniciaba en Bélgica y pasando por Holanda, Alemania y España,
finalizaría en Roma. Sin embargo, no habíamos podido calcular de qué forma finalizaría...
[i] En Holanda, en Nijmegen, en la iglesia de los frailes agustinos, cada
domingo la misa es presidida conjuntamente por un protestante y por un
católico, que se turnan entre la liturgia de la Palabra y el sermón, y la
liturgia eucarística. El católico es casi siempre un simple laico, y
frecuentemente una mujer. Para la plegaria eucarística, en vez de los textos
del misal se prefieren los textos compuestos por el ex jesuita Huub Oosterhuis.
El pan y el vino lo comparten todos.
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