miércoles, 21 de octubre de 2015

RETAZOS DE UNA VIDA. Cap. 19: Una época convulsionada.

El viaje por Europa, en septiembre – octubre de 1973, no había obtenido un gran resultado con la visita al Vaticano.
Se truncaban las esperanzas de la ordenación de sacerdotes aymaras casados.


Obispo Adhemar y María Pedro


Un almuerzo ligero con salchichas, un apretón de manos amigable y fin de las visitas en Europa: María Pedro regresaría a Bolivia pasando antes por Estados Unidos de América. El obispo Adhemar Esquivel deseaba volver pronto a Bolivia. Yo me concedí unos días de descanso y aproveché para regresar a Bolivia vía México.



Luego nos reencontraríamos todos, pero sin olvidar que, con el golpe militar del 19 de agosto de 1971, se había iniciado una etapa marcada por persecución política, golpes de estado (con unos breves paréntesis), narcotráfico y endeudamiento económico, que se extendería hasta octubre de 1982 con el retorno de gobiernos democráticamente elegidos.




El manifiesto de los 99

Los años de la dictadura de Bánzer no fueron fáciles para quienes no opinaban como los militares. Desde radio Fides y en el periódico Presencia, el jesuita Luis Espinal denunciaba las detenciones arbitrarias, la cárcel, torturas y confinamiento… Un gran abogado, valiente y luchador, Morales Dávila, seguía la misma línea junto con otros valientes defensores de la vida y de los derechos humanos.

En las minas destacaba una gran mujer, Domitila Chungara[1], que fue apresada y torturada, pero siempre se mantuvo fiel a sus principios. Entre las religiosas se destacaron unas colombianas que recibieron en su convento a un grupo de militantes del ELN, que se sabían perseguidos por los organismos de represión. Llegaron a las puertas de la casa religiosa, en pleno centro de La Paz, y recibieron refugio. Sin embargo, iban armados. Eso comprometía a las monjas. Tampoco podían dejarlos en la calle porque serían exterminados.

¿La solución? Había que ocultar las armas dentro del mismo convento. Y con gran valor, al mismo tiempo que algo de ingenuidad, levantaron un falso tabique dentro de una habitación y ahí colocaron las armas. Esa noche estucaron la pared, la pintaron…, pero toda la obra de “albañilería” estaba fresca. Cuando los militares irrumpieron en el convento, golpeando las paredes, no tardaron en encontrar la falsa pared. A golpe de culatazos abrieron un boquete y dentro aparecieron las armas. Los titulares de la prensa del día siguiente difundieron las denuncias del gobierno con fotografías de las armas: “¡Las monjas protegen a los comunistas!”.

La superiora de la congregación y otra hermana fueron expulsadas. El resto de la comunidad permanecería en La Paz, vigiladas atentamente por la DOP[2].

Ante esa serie de atropellos, un grupo de ciudadanos  -religiosos en su mayor parte y laicos también-  firmamos un manifiesto en favor de la libertad y contra la dictadura: éramos noventa y nueve los firmantes, de ahí el nombre de “Manifiesto de los 99”. Al día siguiente, el Ministro del Interior, Mario Adett Zamora, declaró ante la prensa que los 99 podíamos ir preparando nuestros pasaportes porque seríamos expulsados del país.

Sin embargo, el ministro fue cesado en sus funciones unos días después  -abril de 1973-  y, en su lugar, asumió el cargo el abogado Alfredo Arce Carpio, por tan sólo veintiocho días, pero suficientes para suavizar las asperezas con la iglesia católica.

El sello rojo

En el año 1966 me había nacionalizado boliviano y con pasaporte boliviano viajaba…, hasta que durante el gobierno de Bánzer tuve que ir a Barcelona. En teoría no debía haber ningún problema puesto que yo entraría a España como turista boliviano.

El problema se me presentó al intentar regresar. La dictadura había ideado una forma más, entre otras, de controlar a los ciudadanos: para viajar al exterior había que solicitar en el Ministerio del Interior la visa de salida. Después de un par de días entregaban el pasaporte con el sello que autorizaba el viaje, pero..., para regresar, había que ir a un consulado boliviano y solicitar el sello de retorno (sin él, no se permitía la entrada al país). 

Con la alegría de saber que ya iba a volver, todo sonriente me dirigí al consulado de Bolivia en Barcelona. Mi sonrisa se transformó en un semblante de estupor cuando el cónsul me dijo que no podía regresar: “¿Yo era indeseable? ¿Había hecho algo malo? No lo sé   -me respondió el cónsul-   pero la visa de salida que le dio el Ministerio, en La Paz, es de color rojo. Eso significa que no quieren que regrese”.

¡Así había sido! El “famoso” sellito rojo era la contraseña para que los cónsules, en cualquier ciudad del mundo, negasen el sello de reingreso a Bolivia. Así se incrementaba el exilio… Además de la molestia por saber que tenía que quedarme en España, mi rabia era mayor por no haberme dado cuenta antes, al momento de salir. Pero, ironías de la naturaleza humana, resulta que ¡soy daltónico! Era imposible que distinguiera el color de la visa que me estamparon en mi pasaporte…

Hecha la ley, hecha la trampa. Consulté con amigos y me dijeron que lo mejor era pedir un pasaporte español, indicando que había perdido el anterior. Y con pasaporte nuevo, sin sellos ni colores, regresé a Bolivia, ya no como ciudadano nacionalizado, sino como turista español.

Una vez en La Paz, consultando en la embajada española, me recomendaron renunciar a la nacionalidad boliviana y tramitar mi visa de misionero residente. Así lo hice, continué como misionero durante años y nunca imaginé en aquel momento que treinta años más tarde, ya casado con boliviana, con hijas y nieto boliviano, podría adquirir de nuevo la nacionalidad boliviana y ejercer mi derecho a sufragar por nuestros gobernantes.  

Las chuymas[3]

Otro de los momentos interesantes en el trabajo que realizábamos desde Tiwanaku fue la llegada de un grupo de seis religiosas españolas jóvenes. Llegaban a Bolivia con el deseo de acercarse al pueblo, de vivir el mensaje del Concilio Vaticano II y estar con los más necesitados. De ahí que no querían fundar ningún convento ni instalarse en otros que ya existieran.
Chuymas con mis padres por Tiwanaku

Y encontramos un lugar ideal para ellas y para los aymaras: la comunidad de Wakullani, situada junto al lago Titicaca, en donde se había construido recién una escuela para primaria y secundaria. La comunidad aymara había construido unas casas de adobe para los maestros de la escuela. Casas sencillas pero limpias, sin luz eléctrica ni agua corriente, así como vivían los campesinos. El obispo las recibió con alegría[4].

Con la llegada de las chuymas el equipo pastoral de Tiwanaku quedó bastante completo: se ofrecía tanto la preparación de catequistas y diáconos como alfabetización para los adultos, y atención a la salud desde las postas de salud (Tambillo, con las Anas), San Andrés de Machaca (con una enfermera), Jesús de Machaca (con las Misioneras Cruzadas) y Tiwanaku (con las religiosas de los Sagrados Corazones y el grupo de médicos egresados de la UMSA).

Equipo de Tiwanaku confraterniza

Entre búsqueda de identidad religiosa, cambios posibles en la iglesia y gobierno de derechas transcurrieron los año 70’ al 74’. Un hecho nos conmocionó a todo el equipo: la muerte del pionero del grupo, el que había comenzado las primeras visitas en moto y que fue aglutinando a todo el grupo.

Un día, el 22 de marzo de 1974, Gustavo Iturralde fue encontrado muerto de frío en un barracón, en las faldas del majestuoso nevado Wayna Potosí[5].


Este hecho marcaría un antes y un después en el equipo de Tiwanaku. Junto a las grandes experiencias pastorales vividas entre catequistas, diáconos, sacerdotes y religiosas, brotaría también otra experiencia humana e inenarrable: la afectividad, el amor sublimado unas veces, y otras, vivido hasta el matrimonio mismo.


Pero ese hecho será tema de otro capítulo en el camino del caminante.





[1] Si me permiten hablar es el título de la vida de Domitila escrita por la periodista brasileña, Moema Viezzer.
[2] DOP, Dirección de Orden Político, creada durante la dictadura para apresar y torturar a opositores al gobierno.
[3] Las religiosas pertenecían a la congregación del Sagrado Corazón, palabra que en aymara se traduce como  “chuyma”. De ahí que al poco de llegar ya se las comenzó a denominar “las chuymas”.  [4] Como no recordar la expresión del arzobispo de La Paz, cuando fuimos a recibirlas al bajar del tren, alegres y alborotadoras, con sus mochilas al hombro y vistiendo pantalón vaquero: “yo esperaba unas madrecitas y han llegado unas scouts”, exclamó Mns. Manrique. La iglesia tendría que cambiar mucho todavía para adecuarse a los tiempos que se avecinaban…
[5] Wayna, en aymara, significa joven. El nevado tiene una altura de 6.088 mts y atrae a numerosos escaladores.

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