CAP 3: CURAS CATÓLICOS EN COMUNIDADES ADULTAS
Después de un breve recorrido por La Mancha y por tierras
murcianas, faltaba todavía uno de los motivos principales de esta etapa del
viaje… A finales de octubre de 2015 estaba previsto un congreso internacional de
curas católicos casados, que había de realizarse en la población de Guadarrama,
cerca del monasterio de El Escorial, en Madrid.
No vi a ningún delegado de Bolivia, pero sí de otros países. ¿Será, me
pregunté, que en Bolivia no existe ningún problema sobre el celibato?
Y recordé al buen obispo de Potosí, el francés monseñor Fey, cuando en una
reunión de obispos para elegir al delegado que viajaría al Vaticano para
participar en el Sínodo, le comentó al obispo de Cochabamba, monseñor
Gutiérrez: “por favor, cuando esté en Roma, no se olvide del tema de los
sacerdotes casados porque yo… -y aquí bajando
la voz- me contentaría con que en mi
diócesis los sacerdotes tuvieran una sola mujer!”.
El centro Fray Luis de León, fue el lugar apropiado para encontrarnos todos.
Fueron tres días extraordinarios de una experiencia
novedosa ese encuentro con sacerdotes que, desde hace ya treinta años o más,
habían dejado el celibato sin por ello renunciar al sacerdocio.
Un grupo
pequeño de sacerdotes que en los años posteriores del concilio Vaticano II, al
verse frustrados por la lentitud -e
incluso el olvido- en la aplicación de
los cambios que esperaban de la Iglesia posconciliar, deciden trabajar en
pequeñas comunidades, hacer una vida familiar y casarse sin por ello renunciar
a un posible trabajo pastoral.
Nace así el MOCEOP, un grupo de creyentes en Jesús de Nazareth -tal y como como se autodefinen- surgido en la segunda mitad de los años 70 en
torno al fenómeno de los curas casados y a las esperanzas de renovación
originadas por el concilio Vaticano II. Aunque en su origen se unieron por el
aspecto reivindicativo (celibato opcional), “la
evolución histórica y la reflexión comunitaria nos han hecho ir ampliando
horizontes y perspectivas. Sentirnos excluidos, acogidos, acompañados, amigos:
ésas han sido las fuerzas que nos han aglutinado como grupo”.
No están embarcados en algo paralelo ni en confrontación con la iglesia: “Somos iglesia -reafirma el MOCEOP- en comunión. En redes. Unirnos siempre que sea posible con otros colectivos afines, para compartir y celebrar nuestra fe”.
La
organización es mínima y funcional, unidos por unas cuantas convicciones que
consideran básicas:
a) La vida como lugar de la acción de Dios: no las iglesias. La laicidad.
b) La fe en Jesús como
Buena Noticia para la humanidad.
c) La Libertad,
creatividad y pluralidad de las comunidades de creyentes.
d) La pequeña comunidad
como un espacio en el cual vivir la comunión desde la igualdad radical.
e) Los llamados
“ministerios eclesiales” como servicios a las personas y a las comunidades;
nunca al margen ni por encima de ellas.
Al
finalizar el congreso, después de la celebración eucarística, se leyó y aprobó
la Declaración Final, que debía ser dada a conocer públicamente el 6 de enero,
festividad de la Epifanía.
Este es el texto final:
Iglesia, comunidades y ministerios
Iglesia, comunidades y ministerios
Tras casi cuarenta años de recorrido compartido (7 congresos
internacionales, 7 latinoamericanos y otros muchos nacionales), el Movimiento
internacional de curas casados
en su actual configuración como Federación
Latinoamericana y Federación Europea,
tras haberse reunido en un congreso en Guadarrama (Madrid, España), bajo el
lema “Curas en unas comunidades adultas”,
hemos decidido hacer público este comunicado.
En nuestro origen está la
reivindicación de un celibato opcional para los curas de la Iglesia católica de Occidente:
libertad que debería ser reconocida y respetada no sólo por ser un derecho
humano, sino también porque la opcionalidad (y no la imposición) es más fiel al mensaje liberador de Jesús y a la práctica
milenaria de las iglesias, así como por estar íntimamente relacionado con el
derecho de las comunidades a tener servidores dedicados a su atención, hoy
insuficientemente satisfecho.
Pero nuestro recorrido como colectivo ha ido ampliando esa perspectiva
inicial -que estuvo centrada en torno
al celibato- para aspirar y avanzar hacia un modelo de cura no clerical y un tipo de iglesia no asentada férreamente
sobre un cura exclusivamente varón, célibe y clérigo.
Desde esos compromisos, nos
atrevemos a decir:
1º.- Estamos convencidos de que el
modelo de cristianismo mayoritariamente imperante está desfasado. Un nuevo tipo de iglesia y de comunidades es urgente.
2º.- El eje de este nuevo modelo de iglesia debe ser la comunidad, la vida comunitaria de los creyentes en Jesús. Y
no podemos ignorar que las estructuras parroquiales en un gran porcentaje son dispensarios de servicios religiosos y cultuales más que
comunidades vivas.
3º.- Es preciso un cambio estructural. Hay una inercia de siglos (Estado
Vaticano, curias, leyes, tradiciones…) que actúa
como un peso muerto y dificulta cualquier reforma progresiva.
4º.- Solamente unas comunidades adultas, maduras, pueden llevar a cabo esa
transformación estructural necesaria y urgente. La estructura actual
-preferentemente centrada en la parroquia y el culto- no tiende sino a
perpetuar el inmovilismo y a adoptar
cambios de forma sin ir al fondo.
5º.- Los curas –sean célibes o no: no es esa la cuestión principal- no pueden seguir concentrando todo en sus
personas y pretender asumir todas las tareas y responsabilidades.
6º.- Esas comunidades adultas existen ya. Son pequeños grupos de dimensiones reducidas, donde sus componentes se conocen,
comparten, viven la igualdad, la corresponsabilidad, la fraternidad y
sororidad. Tenemos que seguir luchando
por ese estilo de comunidades.
7º.- Esas comunidades son libres y ejercen la libertad de los hijos e hijas de Dios; no viven ancladas en el
pasado. Su referencia no es la obediencia, sino la creatividad desde la fe.
8º.- Desde esta óptica, resulta cada vez más contradictoria e injusta la situación de las mujeres:
mayoritariamente presentes en la vida eclesial, pero apartadas tradicionalmente
de las tareas de estudio, responsabilidad y
gobierno.
9º.- Y, finalmente, es preciso reconocer a estas comunidades el derecho a elegir y encomendar las tareas, servicios y
ministerios a las personas que consideren más preparadas y adecuadas para cada
tarea, sin distinción de sexo ni de estado.
Este camino no es sencillo. Somos
conscientes de que los compromisos que asumimos, pueden crear problemas: en
ocasiones bordeamos la ilegalidad, aunque no por capricho o arbitrariedad;
y sabemos que, con frecuencia, la vida
va muy por delante de la normativa legal y que el Espíritu no está sometido a
leyes.
Los retos actuales nos exigen abrir caminos de diálogo y encuentro; y en
esos campos tan necesitados de cambio, ser creativos, asumir el protagonismo de
las comunidades y hacer así realidad aquellas intuiciones y declaraciones del
Vaticano II (vida fraterna, solidaria, ecuménica, comprometida por la paz y la
justicia con todos los hombres y mujeres de buena voluntad…) que tanta
ilusión despertaron, que fueron arrinconadas como peligrosas y que hoy, con la
llegada del papa Francisco, han cobrado actualidad y recuperado su carta de
ciudadanía en nuestra Iglesia.
Invitamos a todos los creyentes en Jesús a ser valientes y adentrarse en
estas sendas de creatividad, adultez y libertad, para hacer cada día más real
el Evangelio de la misericordia y de la responsabilidad ante los seres humanos
y ante nuestra Madre Tierra.
6 de enero de 2016.
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