lunes, 22 de agosto de 2016

RETAZOS DE UNA VIDA. LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA GABRIEL RENÉ MORENO UNA EXPERIENCIA MÁS EN MI DEAMBULAR POR BOLIVIA.

1994

-Esta es su aula, licenciado... La directora de la carrera de comunicación me había acompañado para mostrarme dónde trabajaría durante el semestre de 1994 con los estudiantes de radio.

El lugar era pequeño: unas cuantas banquetas con el típico apoyo para escribir y una pizarra desgastada, para escribir con tiza… ¿Lo más original? Al fondo de la pequeña aula, un arco de fulbito se apoyaba sobre la pared. ¿Se habría equivocado la directora? La materia de enseñanza que me asignaron era producción de programas de radio, no tácticas de fútbol… Ante mi extrañeza, alguno de los jóvenes se adelantó a explicarme:

-Durante el día sacamos el arco para jugar fulbito en los ratos de descanso y, al atardecer, antes de que termine la jornada, volvemos a guardarla en el aula para que nadie se la lleve…

Esa era la razón, así estábamos comenzando una carrera de comunicación, con radio y arco de fulbito incluido… En el aula había algo más de una docena de jóvenes. Con ellos comenzaría mi trabajo, tres noches por semana durante un semestre ¡de cuatro meses!

Todavía me faltaría otra pequeña y exótica sorpresa. Al acercarme al curso, en la siguiente jornada, encontré junto a la puerta del aula a un chico amarrado a una silla con una soga. En su pecho tenía un letrero escrito a mano: “Te quiero Adelita, y si tú no me correspondes, seguiré aquí amarrado hasta que me des el SÍ”

No podía creerlo… Año 1994, mes de agosto, en el corazón de una universidad, de la que más tarde se repetiría de memoria, como en coro griego, “Casa de Estudios Superiores”. Superiores, sí, pero ahí tenía a la entrada de mi aula a un muchacho enamoradizo, émulo tal vez de esas series románticas baratas que tanto abundan en la televisión de nuestro medio, pretendiendo obtener una respuesta a sus sueños de amor imposible. Era un chantaje afectivo… ¡pero no efectivo! Al poco rato, antes incluso de que entráramos al aula para proseguir las clases con el resto de los estudiantes, llegó la autoridad universitaria y lo desató, lo reprendió por su actitud poco correcta de pretender el amor y ser correspondido… 

El hecho no pasó de ser una anécdota, el joven no era alumno de mi materia y yo, recién llegado a la universidad pública, ni siquiera llegué a conocer a la joven de sus sueños. Lo que sí supe más adelante es que el muchacho no terminó su carrera y dejó los estudios soñando tal vez con encontrar otro amor ilusorio.

Y así, con sorpresas iniciales, luchando por superar la falta de tecnología en una materia que no puede ser puramente teoría, traté de que en la pizarra los estudiantes vieran cómo escribir un libreto radiofónico, cómo practicar lectura y vocalización, sin disponer de micrófonos ni de reporteras. Es decir: tratamos de hacer radio… ¡sin radio! 

De ese primer grupo guardo un especial recuerdo porque ahora, cuando han transcurrido ya 22 años, veo a varios de ellos trabajando en medios radiofónicos o televisivos. Una satisfacción al comprobar que algo haya quedado de lo sembrado en aquella aula, además de los goles que en horas de descanso hacían en el pequeño arco de nuestra carrera.

En honor a aquellos quince primeros estudiantes, y con el aprecio a todas y todos, me permito citar aquí sus nombres:
Arcani, Sixto // Beltrán, Juana // Camacho, Ma. Elena // Columba, Rosa // Cuéllar, Yanetd // Gonzáles, Carolina // Gutiérrez, Aida // Jaimes, Selmy // Lazio, Freddy // Ojopi, Freddy // Pinedo, Daniel // Ríos, Máximo // Ruiz, Gina // Tejerina, Carola // Verazaín, Ma. Fadua.

Con el paso de los años, como es lógico, se pierde la pista de sus vidas: casados ya, trabajando como profesionales en diferentes medios… Lo importante es que cada uno esté realizándose como ser humano y aportando a la comunicación en Santa Cruz.   


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