Si los dos años de noviciado significaron una inmersión en la oración y en
la vida religiosa, los dos siguientes años estarían dedicados -sin prescindir de la oración- al estudio de la literatura, desde los clásicos
griegos hasta la modernidad.
Había que recibir una formación humanista y para mí, que había salido de
una fábrica de camiones, no me iba a resultar fácil: el latín sería la lengua
oficial -poetas latinos como Virgilio,
Horacio-, además de los griegos -las
tragedias de Sófocles, Esquilo, el pensamiento de Platón y Aristóteles- nos decían que ayudaban a formar la cabeza…
¡Parece que la mía no la modificaron mucho!
Además de los clásicos, no se pasaba por alto la literatura moderna: escritores
como Leon Tolstoi, Fedor Dostoievski, Boris Pasternak -dentro de la literatura rusa- o Albert Camus, François Mauriac, Paul Claudel,
Antoine de Saint-Exupéry -por citar
algunos franceses- contribuían a la
formación del espíritu y a la creación literaria. De ahí que también teníamos que redactar
cuentos, ensayos, poesías -aunque dudo
que pocos ciudadanos de a pie soportaran la lectura de unos principiantes como
nosotros…-, la oratoria también incluía
la formación puesto que se decía
-resabios de un orgullo que hoy en día ha desaparecido- que el jesuita servía para todo…
No olvidaré aquellas comidas en silencio, con más de cien comensales
escuchando la lectura de un libro de historia declamado desde el púlpito del
comedor ante el rector, profesores y estudiantes… De esa forma se inculcaba la
importancia de aprovechar el tiempo, en lugar de perderlo conversando. No se
puede negar que escuchamos la lectura de libros que nunca los leeríamos por
propia iniciativa.
Hablar en público
Se aprovechaba también el tiempo de las comidas para que cada estudiante
preparase un discurso y lo lanzara con toda la pasión posible del novato a un
auditorio incrédulo, aburrido muchas veces, que saboreaba un caldo o un plato
de arroz y que -si el superior no lo
miraba- te mostraba un pedazo de carne
en el tenedor… Los jugos gástricos del novel orador entraban en juego y uno no
sabía cómo proseguir el discurso ensayado durante horas en su habitación…
“Matayótes matayotéton kai panta
matayótes” (“¡Vanidad de vanidades y todo vanidad!”) me tocó disertar una
noche, en el comedor, en idioma griego, mientras unos compañeros me sonreían
beatíficamente tratando en vano de alentarme en mi esfuerzo por recordar todo
el magnífico discurso en griego que siglos atrás había pronunciado san Juan
Crisóstomo, parafraseando al Eclesiastés o libro de Qohélet.
El 1º de enero de 1959 se había producido la revolución cubana. Para
nosotros, internos en un seminario, no nos decía mucho aquel hecho y, por el
contrario, nos hacían rezar por el “revoltoso” Fidel… Sin embargo, y como dato
curioso, recuerdo que nuestro profesor de oratoria tenía grabados en una cinta
de magnetófono unos discursos de Fidel Castro que nos los hacía escuchar como
un ejemplo y modelo de oratoria. No se imaginaba el jesuita profesor de
oratoria que, 55 años después, Fidel seguiría
siendo ejemplo para millones…
Llegan los franceses…
“Por favor, ¡dibújame un cordero!, dijo una vocecita al principito…” Y con
esta simple frase, Antoine de Saint-Exupéry, nos introducía en un profundo
humanismo, en el cual “lo invisible no se ve ante los ojos”…
Para la España de Franco y para la iglesia tradicional, Francia era la cuna
del mal, país que albergaba a muchos republicanos españoles exiliados después
de 1939, pero para quienes deseaban la libertad, era una sociedad envidiable.
La iglesia de Francia era también un atractivo para nosotros: ahí había
empezado la renovación de la liturgia, un joven jesuita recorría en moto las
calles de París con su guitarra al hombro y cantaba en los bares “le Seigneur
reviendra, ne sois pas endormi cette nuit là…” (“el Señor volverá, no estés
dormido esa noche”).
El P. Aimé Duval, nació el 30 de junio de 1918 au Val d’Ajol (Francia) y aparece como el precursor de la evangelización acompañado por su guitarra. En 1953, se consagra a la música y sus canciones son reproducidas con gran éxito en Francia, en Europa, en América. Grabó catorce discos en nueve idiomas. En 1984 fallece Aimé Duval.
También en esa Europa de
búsqueda aparece una monja dominica, Sœur Sourire (Hermana Sonrisa en
francés)
que
se inspira y graba canciones:
“Dominique, nique, nique…”, será el mayor de sus éxitos que tararearán millones
de personas..
Epitafio extraído de una canción suya: J'ai vu voler son âme, À travers les nuages, (Vi volar su alma entre nubes) |
Dominique, nique nique,
pobremente por ahí
va él cantando amor.
Y lo alegre de su canto
solamente habla de Dios,
de la palabra de Dios.
pobremente por ahí
va él cantando amor.
Y lo alegre de su canto
solamente habla de Dios,
de la palabra de Dios.
Pues bien, de esa Francia de vanguardia, engreída muchas veces, pero crisol de grandes filósofos y escritores, pudimos compartir nosotros, los estudiantes jesuitas de Catalunya, porque cada año, durante las vacaciones de verano, se organizaba “la maison française” (“la casa francesa”) que era una experiencia tan simple como invitar a varios jesuitas franceses a pasar su vacación con nosotros, en Catalunya, con la condición de que durante ese mes de verano sólo se podía hablar en francés dentro del seminario. Fue una forma de imaginarse que uno vivía en Francia, pero… sin gastar dinero ni en pasajes ni en alojamiento. ¡Los jesuitas siempre han sabido organizarse cuidando la economía!
Corría el año 1961. La dictadura franquista proseguía en España. Y a los 21
años de edad, una vez terminados los estudios humanísticos, me trasladé a otro
seminario, más cerca de Barcelona, en San Cugat del Vallés, para estudiar
filosofía durante tres años más… Una
etapa más que tenía que sobrepasar para llegar a Bolivia.
¡Lo invisible no se ve ante los ojos! Creo que esto es lo especial de la vida y sólo si podemos ver más allá de lo visible disfrutaremos del camino mientras transitemos por ella. Esperamos el tercer capítulo de nuestro Caminante.
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