sábado, 21 de febrero de 2015

Cap. 3: Pienso, luego existo…

Si el estudio del latín y griego ayudaba -según nos decían los superiores- a formar  la cabeza, con la siguiente etapa de tres años dedicados a la filosofía, se supone que terminaríamos con un cerebro ultra-perfeccionado…

Por eso, entre los años 1961 – 1964, nos trasladaron desde el lejano pueblito de Raymat (en la provincia de Lleida) a otro pueblo (San Cugat del Vallés) más cercano y próximo a la ciudad de Barcelona, donde se encontraba un inmenso Centro para filosofía ye teología.

Por una parte, había expectativa entre los estudiantes pues veíamos que nos acercábamos más hacia el ideal: el sacerdocio[1]; pero por otra, nos sobrecogía también el temor de los desconocido, especialmente para mí que me preguntaba cómo haría para estudiar en latín todos esos años…

Cursos de epistemología, metafísica, teodicea, ética, psicología racional, y otras más, eran un menú algo indigesto cuando se piensa que, además de estudiar y aprender en latín, la filosofía era escolástica, es decir: nos remontábamos a la edad Media...  Nunca, en el tiempo que trabajé como mecánico, supe lo que era un silogismo. Ahora estaba envuelto en ellos: la mayor (“los hombres son mortales”) abarcaba a la menor, que se incluía en la anterior (“es así que Sócrates es hombre”), y las dos juntas nos daban la conclusión (“luego  -en latín sonaba más concluyente-  ergo Sócrates es mortal”)[2].     

El átomo de Bohr y el aprendizaje de la lengua inglesa

Físico danés Niels Böhr

Si los silogismos y la escolástica parecían como extraídos de un pasado, las clases de física me produjeron el mayor de los escepticismos. No dejaba de preguntarme para qué me habría de servir el estudio del físico danés Niels Böhr (Premio Nobel de Física, en 1922, y uno de los más grandes investigadores científicos de nuestro tiempo, según el mismo Einstein), investigación que realizó sobre el átomo ni el estudio de la Física Cuántica, elaborada a su vez por Max Plank…



Y me surgía la inquietud: ¿Cómo se compaginaba todo eso con el deseo de trabajar como misionero al llegar a Bolivia?

La primera utilidad que encontré a las clases de física fue el estudio de inglés. Es decir, muy pocos compañeros seguíamos con atención las clases dictadas por un insigne docente jesuita y físico también: unos se dedicaban a la literatura, otros a la redacción de poesías y unos pocos, ¡muy pocos!, seguían en la pizarra las fórmulas que escribía el físico jesuita; personalmente opté por ir al aula con el método de idiomas Assimil y así, durante cincuenta minutos, repasaba las clases.

El problema se me presentaría a la hora de dar el examen de física  -que por suerte era escrito y en castellano-  y teniendo en cuenta que tenía que aprobar mi examen final[3] de filosofía para viajar a Bolivia, me decidí por la solución más simple: ¡copiar! El día del examen final de física fui al curso con mi libro, lo extendí sobre mi pupitre para que fuera un “copie legal”, no a hurtadillas, y entregué mis respuestas. Había aprobado el curso de física. Luego me faltaría el resto de materias…


Y llegan los indios

La etapa de estudios de filosofía, en San Cugat, sirvió también para abrirme horizontes y conocer otras realidades:

A nivel local, por ejemplo, los domingos íbamos a diferentes barriadas populares de pueblos vecinos que, producto de la inmigración[4], ahora son ciudades modernas. Los domingos iba a un barrio de Sabadell en donde se celebraba la misa, ayudábamos en la catequesis y un compañero nuestro invitaba a su hermano, un abogado laboralista, que orientaba a los obreros en la demanda de sus derechos. Los reclamos y las voces antifranquistas se dejaban oír aunque con el temorcillo que produce saber que la guardia civil u otro tipo de policías podían enterarse de lo que hacíamos…

Por otra parte, entre los estudiantes se produjo también un encuentro con otras culturas, especialmente con la de un grupo de jesuitas indios que llegaban a Barcelona para estudiar filosofía.

Joe Saldanha


Ellos, con su mística de religiosos católicos combinada con el pacifismo de Gandhi, traían un aire más esperanzador (no se imaginaban sin embargo cómo sufrirían con el frío, acostumbrados al cálido clima de Bombay…).


Oscar Rozario
Oscar Rozario, que llegaba desde Bombay para realizar los estudios de filosofía, así como Joe Saldanha[5], Alfonso Sequeira, Lionel Fernándes, Héctor Mascarenhas y otros jesuitas más, me abrieron los horizontes de apostolado. Como resultado del idealismo y de la amistad con los indios, solicité a mis superiores ir como misionero a la India. Mi camino, sin embargo había de ser otro…




No faltaban en aquel centro de estudios algunos jesuitas de Estados Unidos, de África y,sobre todo, catalanes que habían viajado anteriormente a Bolivia y regresaban para estudiar teología y terminar así su formación sacerdotal. Nombres como José Gramunt, Xavier Albó, Claudio Pou[6] nos mostraron la importancia de Bolivia y nos animaban a un grupo de jesuitas estudiantes a venir a este país… Ellos marcarían también mi vida…  

Y así, entre estudios interesantes, unos; desconcertantes, otros; fui viviendo también el cambio que se habría de producir en la iglesia católica desde que, en junio de 1959, el Papa Juan XXIII había convocado al Concilio Vaticano II con la consigna de abrir las puertas de la iglesia al mundo  -el aggiornamento-  y desde que, poco tiempo después, en 1965, los jesuitas elegirían a un superior general vasco, Pedro Arrupe que inculcó en la Compañía el compromiso social unido a una fe transformadora…

Destino, Bolivia

Así, después de tres años de estudiar filosofía, después de defender mi examen final (no sin algún contratiempo) recibí con gran alegría mi siguiente destino: el 24 de junio, festividad de Sant Joan, muy celebrada en Catalunya con la coca y el cava[7], me dirigí hacia el puerto de Barcelona. En la víspera, mi padre me sentenció: “hijo, nos jodiste la verbena”…  Y es que en Catalunya las familias se reúnen el 23 de junio por la noche para encender fogatas, tirar petardos y comer la tradicional torta. Parece que mis padres no estuvieron de humor para esa celebración sabiendo que al día siguiente me despedirían en el puerto…

Y realmente, aquel 24, festividad de San Juan, sin saber bien qué nos esperaba, pero con la ilusión del joven misionero, partimos los tres compañeros  -Eduardo Cabanach, Ramón Alaix y yo-   envueltos en nuestras negras sotanas y con la tonsura marcada en la cabeza, como signo de consagración al Señor… y para identificarnos fácilmente en caso de que alguno se despistara…

Un pequeño contratiempo

Había mencionado “cierto contratiempo” y no quiero pasarlo por alto puesto que también marcaría a la larga alguna de mis decisiones.

Un primer y no pequeño contratiempo era el famoso examen final de filosofía que, si no lo aprobaba, no podría ir a Bolivia. Y yo llegaba a ese examen un poco “tocado” porque meses antes se me había ocurrido grabar una clase del profesor más aburrido y anticuado que teníamos.

Grabarla fue toda una odisea pues no existían las actuales reporteras, sino que tan sólo disponía de una grabadora italiana “Geloso”, de carrete, conectada a la corriente y con micrófono no incorporado... Al fin, conseguí la grabación. Me sentía triunfador. Inmediatamente llevé al Rector la cinta para que la escuchara y, tal vez, lograra que el aburrido y repetitivo docente fuese retirado de la docencia…

Ingenua inocencia la mía  -que se repetiría más de una vez en mi vida-  porque lo único que conseguí fue que el aburrido profesor  se enterase de mi acción “rebelde”  -parece que las paredes de los seminarios y conventos en general son muy frágiles…-  y me esperase el día del examen final con cara de pocos amigos… Para ese momento, yo daba ya por seguro que no aprobaría, que me quedaría en Barcelona, que…, pero ¡no!, aprobé y obtuve la licenciatura en filosofía y letras…  ¡El viaje a Bolivia estaba asegurado!





[1] En el Centro de estudios de San Cugat se estudiaba dos carreras: tres años de filosofía, la primera, y cuatro de teología; al final de la segunda etapa se recibía la ordenación sacerdotal.
[2] Se llama «Escolástica» a la filosofía y la teología que se enseñó durante el período de la Edad Media y alcanza su pleno desarrollo formal con la llegada de las universidades medievales, entre los siglos XII y XIII. 

[3] Al finalizar los tres años de filosofía, había que rendir en latín un examen oral de todas las materias, ante un tribunal conformado por tres profesores.
[4] En la década de los 50 se produjo una fuerte migración de mano de obra, procedente de regiones más deprimidas de España –Andalucía, Murcia, Extremadura entre otras-  hacia Catalunya, debido a su progreso industrial: Tarrasa y Sabadell recibieron gran cantidad de inmigrantes de Andalucía.
[5] Joe Saldanha falleció en la India, mientras que Alfonso Sequeira se quedó en Barcelona y se casó. Oscar Rozario es el único indio de los tres compañeros que sigue como jesuita trabajando en su país.
[6] Claudio Pou murió este año de 2014, en Bolivia, después de más de 50 años de trabajo como economista, asesorando a CIPCA y otros proyectos de desarrollo en diferentes departamentos del país.
[7] La coca se refiere a un tipo de bizcocho propio de esa festividad, en Catalunya, y el cava es el equivalente del champán francés.

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