Si el estudio del latín y griego ayudaba -según nos decían los
superiores- a formar la cabeza, con la
siguiente etapa de tres años dedicados a la filosofía, se supone que
terminaríamos con un cerebro ultra-perfeccionado…
Por eso, entre los años 1961 – 1964, nos trasladaron desde el lejano
pueblito de Raymat (en la provincia de Lleida) a otro pueblo (San Cugat del
Vallés) más cercano y próximo a la ciudad de Barcelona, donde se encontraba un
inmenso Centro para filosofía ye teología.
Por una parte, había expectativa entre los estudiantes pues veíamos que
nos acercábamos más hacia el ideal: el sacerdocio[1];
pero por otra, nos sobrecogía también el temor de los desconocido,
especialmente para mí que me preguntaba cómo haría para estudiar en latín todos
esos años…
Cursos de epistemología, metafísica, teodicea, ética, psicología
racional, y otras más, eran un menú algo indigesto cuando se piensa que, además
de estudiar y aprender en latín, la filosofía era escolástica, es decir: nos
remontábamos a la edad Media... Nunca,
en el tiempo que trabajé como mecánico, supe lo que era un silogismo. Ahora
estaba envuelto en ellos: la mayor (“los hombres
son mortales”) abarcaba a la menor, que se incluía en la anterior (“es así que Sócrates es hombre”), y las
dos juntas nos daban la conclusión (“luego -en latín sonaba más concluyente- ergo
Sócrates es mortal”)[2].
El átomo de Bohr y el aprendizaje de la lengua
inglesa
Físico danés Niels Böhr |
Y me surgía la inquietud: ¿Cómo se compaginaba todo eso con el deseo de trabajar como misionero al llegar a Bolivia?
La primera utilidad que encontré a las clases de física fue el estudio de inglés. Es decir, muy pocos compañeros seguíamos con atención las clases dictadas por un insigne docente jesuita y físico también: unos se dedicaban a la literatura, otros a la redacción de poesías y unos pocos, ¡muy pocos!, seguían en la pizarra las fórmulas que escribía el físico jesuita; personalmente opté por ir al aula con el método de idiomas Assimil y así, durante cincuenta minutos, repasaba las clases.
El problema se me presentaría a la hora de dar el examen de física -que por suerte era escrito y en castellano- y teniendo en cuenta que tenía que aprobar mi examen final[3] de filosofía para viajar a Bolivia, me decidí por la solución más simple: ¡copiar! El día del examen final de física fui al curso con mi libro, lo extendí sobre mi pupitre para que fuera un “copie legal”, no a hurtadillas, y entregué mis respuestas. Había aprobado el curso de física. Luego me faltaría el resto de materias…
Y llegan los indios
La etapa de estudios de filosofía, en San Cugat, sirvió también para abrirme horizontes y conocer otras realidades:
A nivel local, por ejemplo, los domingos íbamos a diferentes barriadas populares de pueblos vecinos que, producto de la inmigración[4], ahora son ciudades modernas. Los domingos iba a un barrio de Sabadell en donde se celebraba la misa, ayudábamos en la catequesis y un compañero nuestro invitaba a su hermano, un abogado laboralista, que orientaba a los obreros en la demanda de sus derechos. Los reclamos y las voces antifranquistas se dejaban oír aunque con el temorcillo que produce saber que la guardia civil u otro tipo de policías podían enterarse de lo que hacíamos…
Joe Saldanha |
Ellos, con su mística de religiosos católicos combinada con el pacifismo de Gandhi, traían un aire más esperanzador (no se imaginaban sin embargo cómo sufrirían con el frío, acostumbrados al cálido clima de Bombay…).
Oscar Rozario |
No faltaban en aquel centro de estudios algunos jesuitas de Estados
Unidos, de África y,sobre todo, catalanes que habían viajado anteriormente a
Bolivia y regresaban para estudiar teología y terminar así su formación
sacerdotal. Nombres como José Gramunt, Xavier Albó, Claudio Pou[6]
nos mostraron la importancia de Bolivia y nos animaban a un grupo de jesuitas
estudiantes a venir a este país… Ellos marcarían también mi vida…
Y así, entre estudios interesantes, unos; desconcertantes, otros; fui
viviendo también el cambio que se habría de producir en la iglesia católica
desde que, en junio de 1959, el Papa Juan XXIII había convocado al Concilio
Vaticano II con la consigna de abrir las puertas de la iglesia al mundo -el aggiornamento- y desde que, poco tiempo después, en 1965,
los jesuitas elegirían a un superior general vasco, Pedro Arrupe que inculcó en
la Compañía el compromiso social unido a una fe transformadora…
Destino, Bolivia
Así, después de tres años de estudiar filosofía, después de defender mi
examen final (no sin algún contratiempo) recibí con gran alegría mi siguiente
destino: el 24 de junio, festividad de Sant Joan, muy celebrada en Catalunya
con la coca y el cava[7],
me dirigí hacia el puerto de Barcelona. En la víspera, mi padre me sentenció:
“hijo, nos jodiste la verbena”… Y es que
en Catalunya las familias se reúnen el 23 de junio por la noche para encender
fogatas, tirar petardos y comer la tradicional torta. Parece que mis padres no
estuvieron de humor para esa celebración sabiendo que al día siguiente me
despedirían en el puerto…
Y realmente, aquel 24, festividad de San Juan, sin saber bien qué nos
esperaba, pero con la ilusión del joven misionero, partimos los tres
compañeros -Eduardo Cabanach, Ramón
Alaix y yo- envueltos en nuestras
negras sotanas y con la tonsura marcada en la cabeza, como signo de
consagración al Señor… y para identificarnos fácilmente en caso de que alguno
se despistara…
Un pequeño contratiempo
Había mencionado “cierto contratiempo” y no quiero pasarlo por alto
puesto que también marcaría a la larga alguna de mis decisiones.
Un primer y no pequeño contratiempo era el famoso examen final de
filosofía que, si no lo aprobaba, no podría ir a Bolivia. Y yo llegaba a ese
examen un poco “tocado” porque meses antes se me había ocurrido grabar una
clase del profesor más aburrido y anticuado que teníamos.
Grabarla fue toda una odisea pues no existían las actuales reporteras,
sino que tan sólo disponía de una grabadora italiana “Geloso”, de carrete,
conectada a la corriente y con micrófono no incorporado... Al fin, conseguí la
grabación. Me sentía triunfador. Inmediatamente llevé al Rector la cinta para
que la escuchara y, tal vez, lograra que el aburrido y repetitivo docente fuese
retirado de la docencia…
Ingenua inocencia la mía -que se
repetiría más de una vez en mi vida- porque
lo único que conseguí fue que el aburrido profesor se enterase de mi acción “rebelde” -parece que las paredes de los seminarios y
conventos en general son muy frágiles…-
y me esperase el día del examen final con cara de pocos amigos… Para ese
momento, yo daba ya por seguro que no aprobaría, que me quedaría en Barcelona,
que…, pero ¡no!, aprobé y obtuve la licenciatura en filosofía y letras… ¡El viaje a Bolivia estaba asegurado!
[1] En
el Centro de estudios de San Cugat se estudiaba dos carreras: tres años de
filosofía, la primera, y cuatro de teología; al final de la segunda etapa se
recibía la ordenación sacerdotal.
[2]
Se llama «Escolástica» a la filosofía y la teología que se enseñó durante el período de la Edad Media
y alcanza su pleno desarrollo formal con la llegada de las universidades medievales, entre los siglos XII y XIII.
[3] Al
finalizar los tres años de filosofía, había que rendir en latín un examen oral
de todas las materias, ante un tribunal conformado por tres profesores.
[4] En
la década de los 50 se produjo una fuerte migración de mano de obra, procedente
de regiones más deprimidas de España –Andalucía, Murcia, Extremadura entre
otras- hacia Catalunya, debido a su
progreso industrial: Tarrasa y Sabadell recibieron gran cantidad de inmigrantes
de Andalucía.
[5]
Joe Saldanha falleció en la India,
mientras que Alfonso Sequeira se quedó en Barcelona y se casó. Oscar Rozario es
el único indio de los tres compañeros que sigue como jesuita trabajando en su
país.
[6]
Claudio Pou murió este año de 2014,
en Bolivia, después de más de 50 años de trabajo como economista, asesorando a
CIPCA y otros proyectos de desarrollo en diferentes departamentos del país.
[7]
La coca se refiere a un tipo de bizcocho propio de esa festividad, en Catalunya,
y el cava es el equivalente del champán francés.
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