La llegada a La Paz, en los primeros días de septiembre de 1971 estuvo
rodeada por mensajes cifrados y un cierto misterio dado que varios jesuitas
estaban perseguidos por la dictadura militar y que, en la ciudad de La Paz, los
paramilitares habían matado a un sacerdote belga, Mauricio Lefèbre, cuando se
dirigía en una ambulancia para asistir a los heridos en pleno centro de la
ciudad. La consigna era cuidarse. En Brasil ya se había producido un golpe
militar y perseguían a los llamados “tercermundistas”. En Bolivia, pronto
sucedería lo mismo. Y había que cuidarse para moverse por las calles sin llamar
demasiado la atención.
Mi destino inicial en Bolivia era trabajar en Oruro; sin embargo, antes
de instalarme en la parroquia del Sagrario, el provincial de los jesuitas me
propuso visitar otras obras de la Compañía para que decidiera bien dónde sería
mejor quedarme, no sólo para mí sino para los trabajos de los jesuitas en
Bolivia…
Cabildo en Llallagua
En los centros mineros de Catavi, Siglo XX y Llallagua había un grupo de
religiosos oblatos y dos jesuitas que atendían las demandas siempre
insatisfechas de los mineros. Cuando se vive un promedio de 35 a 40 años,
cuando se consume una persona al ritmo de la silicosis, la religión no
satisface tanto dolor. De ahí que en las minas, religiosos y religiosas
trataban de estar cerca de tantas familias que veían cómo se les iba la vida y
cómo sus hijos heredarían el mismo mal: el mal del estaño extraído de los
socavones de la mina…
Con el golpe militar de Bánzer se acentuó más aún el abuso y explotación
hacia los mineros. Oblatos y jesuitas se pusieron del lado de ellos, inspirados
en luchadores de la talla de Filemón Escóbar, Domitila Chungara y otros. Los
intereses de los comerciantes y dueños de negocios eran opuestos a los de los
mineros. De ahí que muchos pobladores de los centros urbanos mineros estuvieran
en contra de lo que denominaban “curas comunistas”. Un compañero, Trolo, fue uno de los que sufrió
ese rechazo a su compromiso con los más pobres.
Cerca de la fiesta de San Miguel (29 de septiembre) viajé a Uncía y
llegué a tiempo para acompañar al jesuita y a los oblatos en el cabildo que
organizaron las autoridades para definir
el futuro de los religiosos. Me impresionó ver la iglesia llena de hombres y
mujeres que gritaban “¡afuera los comunistas!” y decidían que Trolo tenía que
salir de Uncía… Al terminar el cabildo, hubo que salir de la iglesia por el
pasillo que formaban los lugareños, con su puño en alto para tratar de golpear
a los misioneros, aunque no pasó de una amenaza para asustar.
En la noche, reunidos oblatos y jesuitas en la parroquia de Llallagua y
con apoyo del obispo de Potosí, decidieron permanecer en la región minera.
Otras visitas
Visité Potosí, en donde me reencontré con mi amigo y compañero de
estudios en México, Miguel. También en Potosí se estaba viviendo un momento de
“cuidado prudente” ante la incipiente dictadura banzerista que trató de acallar
la voz de los mineros. El paso posterior por Sucre me sirvió más para recordar
los tiempos del magisterio que para decidir mi lugar de trabajo; si algo me
quedaba claro era que las clases en colegio no eran lo que más me atraía… Santa
Cruz era la ciudad donde se había iniciado el golpe de Bánzer, en el mes de
agosto, y estaba muy fresco el recuerdo de los tres jesuitas jóvenes que
tuvieron que escapar de la parroquia para no ser linchados…
Al final, llegué a La Paz a visitar una comunidad nueva que recién
habían abierto los jesuitas: la Illampu, así conocida porque era una vivienda situada en esa céntrica y popular calle. La primera y muy grata
sorpresa: Lucho Espinal, a quien no había vuelto a ver desde mis estudios de
filosofía, en San Cugat, me abrió la puerta. ¡Había sido profesor de lengua griega!,
pero después eligió especializarse en cine y periodismo.
Además de Lucho, en la
misma comunidad vivían otros jesuitas (Xavier, Papaco…), y tres matrimonios jóvenes perseguidos por la
dictadura. El ambiente comunitario era excelente y compartían también con los
hijitos de los matrimonios. Me recordó a la comunidad de Tecualiapan, en
México.
Tiwanaku
Iglesia de Tiwanaku |
La Parroquia de Tiwanaku está situada en la plaza principal del pueblo, toda ella de piedra procedente de las ruinas arqueológicas. Cuando en el siglo XVI llegaron los conquistadores españoles trataron de arrasar con lo que ellos consideraban superstición, idolatría. Las pirámides construidas, según estudios arqueológicos, por lo menos 1600 años a.C., fueron saqueadas y en parte demolidas[1].
Y qué mejor gesto para la cristiandad de aquel
tiempo que sacar las hermosas piedras talladas por la sabiduría de la cultura
tiwanakota y construir con ellas el templo católico donde ahora sí se les daría
un destinado “civilizado”: celebrar la misa, realizar bautizos y administrar todos los sacramentos,
aun cuando la población originaria no entendiera los rezos en latín… Fue la
civilización impuesta por la cruz y la espada.
Puerta del sol, en las ruinas de Tiwanaku |
Era tal la riqueza arquitectónica de las instalaciones que con aquellas
piedras se construyó la estación del ferrocarril entre Guaqui y La Paz, además
de las iglesias de Tiwanaku, Laja[2], Guaqui,
Jesús de Machaca y Andrés de Machaca.
La comunidad de jesuitas de Tiwanaku estaba conformada por compañeros
jóvenes, con algunos de los cuales había compartido durante los estudios de
filosofía y teología. El grupo además estaba muy comprometido en el trabajo con
los campesinos aymaras: alfabetización y educación de adultos, formación de
catequistas y diáconos casados, atención a la salud. Era la comunidad ideal
para incorporarme y fui muy recibido por todos…
Habitación en la parroquia |
La parroquia abarcaba un gran número de comunidades aymaras extendidas
en la provincia Ingavi: Tiwanaku (como sede del equipo), Tambillo, Taraco,
Jesús de Machaca y San Andrés de Machaca.
Estudiantes de medicina con una inquietud
social y deseo de atender en una posta de salud que apenas contaba con
medicamentos empezaron a dedicar sus conocimientos en la atención a la salud.
Se incorporaron estudiantes de pedagogía y sociología. Chicos y chicas viajaban
desde la sede de gobierno a las comunidades para apoyar el trabajo de los
jesuitas.
Era como el grano de mostaza del que nos habla el evangelio: de los dos religiosos
del inicio se pasó a un grupo de ocho jesuitas y ocho o diez voluntarios,
además de las comunidades religiosas fundadas en el mismo Tiwanaku, en Laja
(donde fijó su sede el obispo auxiliar, Adhemar Esquivel), en Tambillo, en
Jesús de Machaca, San Andrés de Machaca y al final en las mismas comunidades
aymaras de Masaya y Wakullani.
Un equipo pleno de vida, con un gran obispo originario aymara que
hablaba y celebraba los sacramentos en el idioma propio de los campesinos y un
equipo que además coordinaba las tareas con las parroquias de Viacha
(sacerdotes de San Luis, EE.UU), de Huarina y Achacachi (con los misioneros Maryknoll
de EE.UU.) y que se extendía hasta el altiplano aymara en Perú (la prelatura de
Juli). Se iba gestando la idea de la nación aymara así como de la propia
iglesia aymara… Un sueño, una utopía, pero había que trabajar por ella.
[1] Tiwanaku quedó abandonado a raíz de un cataclismo que
habría destruido esa civilización. Posteriormente fue víctima, durante cientos
de años, de innumerables depredaciones ocasionadas por buscadores de tesoros,
cazadores de amuletos y metales preciosos, y de la ignorancia de sus nuevos
habitantes. Monolitos y otras piezas esculpidas formaron el terraplén del
FF.CC. Guaqui-La Paz y sirvieron, asimismo como material de construcción de
viviendas además de la edificación de la iglesia del actual pueblo de Tiwanacu.
[2]
Población situada en el altiplano a
36 kms de La Paz, y 3.600 mts. de altura fue el lugar donde el capitán español
Alonso de Mendoza estableció la sede del gobierno, en 1548. Posteriormente él
mismo se trasladó a un valle donde fijó definitivamente la ciudad de Nuestra
Señora de La Paz.
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