viernes, 21 de agosto de 2015

RETAZOS DE UNA VIDA. Cap. 14: DE NUEVO EL MAR (3ª parte)

Veintidós días de viaje por mar ofrecen momentos de relax, de serenidad al contemplar el inmenso azul sin límites, pero también hay días monótonos en los que sólo el sonido del oleaje golpeando el navío o la visión de los delfines siguiendo la estela del barco nos acompañan en esa mini-ciudad flotante.

Bautizo del ecuador

Cuando salimos de Barcelona y durante la primera mitad del viaje, nos trasladamos por el hemisferio norte: nuestra brújula está dirigida siempre hacia la estrella Polar, aquella que guiaba a los navegantes que se atrevieron a surcar los mares en busca de nuevos mundos. Es la única estrella que no se mueve del sitio y por eso ofrece confianza como punto de orientación.

Esa misma estrella  -nos dirá el capitán del barco-,  a pesar del radar y de la tecnología moderna, sigue orientando a los navíos para que no pierdan el rumbo”. Y efectivamente, cada noche, desde el puente de mando en la proa, comprueba su brújula para que se mantenga firme en la ruta. “¿Y si hay niebla o llueve?”         -pregunto al capitán-.  “En ese caso disponemos del radar”.   

Transcurridos varios días de navegación y después de dejar atrás el mar colombiano aparece en el horizonte otra constelación diferente: la Cruz del Sur, mientras la estrella Polar se difumina cada vez más lejana en la bóveda celeste…


La Cruz del Sur nos guiará en adelante y será nuestra guía hasta llegar a Bolivia y contemplarla como fiel compañera en ese altiplano paceño tachonado de estrellas.



El paso de un hemisferio al otro es motivo de festejo y la tripulación prepara una gran fiesta para celebrar el acontecimiento. Entre bebida, cánticos y baile, la actividad que despierta más el interés es el bautizo del ecuador: aquellas personas que realizan por vez primera el viaje y pasan por el ecuador son echadas a la piscina en medio de la algarabía y alguna que otra queja por parte de quienes desean tranquilidad y no mojazón…, pero al final, las sonrisas y la alegría se imponen.

Por suerte para los dos jesuitas navegantes, ya habíamos cruzado el ecuador cuando realizamos nuestro primer viaje, en 1964. En aquella ocasión, no nos mojaron por eso del respeto a la sotana que llevábamos. Ahora, vestidos de civil y sin distintivos especiales nos limitamos a explicar que hacía tiempo habíamos sido bautizados, no con agua del mar, sino en la pila de bautismo de nuestras parroquias…

Guayaquil

Como ocurre en todos los puertos siempre se encuentran abarrotados de trabajadores que cargan y descargan los barcos, policías que tratan de sacar algún beneficio de los productos importados, vendedores ambulantes y un sinfín de personas que hacen algo antipático el ambiente. Y Guayaquil no es la excepción…

Entre y seis y ocho horas de escala para que desciendan algunos pasajeros y otros suban, camino a Chile. Como en las otras etapas, Ramón y yo paseamos por el centro de una ciudad que no ha quedado muy grabada en mi memoria. Guayaquil no me impacta y espero que pasen los minutos para que la sirena del barco anuncie nuestra partida hacia Lima.

Lima

Al acercarnos al Perú se siente más cercano el ambiente sudamericano. Vecino de Bolivia, con un altiplano con el que comparte el lago Titicaca y una historia incaica similar, la escala en Lima resulta más atractiva porque además en el puerto del Callao nos espera una gran amiga, compañera de estudios en Lumen Vitae, en Bruselas. 

Con ella visitamos el majestuoso centro colonial limeño y nos lleva a conocer uno de los “pueblos jóvenes”   -genial eufemismo para designar a los campesinos que migraban desde el altiplano a la capital atraídos por el “encanto” de la modernidad-   en donde ella vivía en comunidad con otras religiosas.

La experiencia fue muy positiva y nos fortaleció para realizar la última etapa antes de llegar a Arica y dejar de contemplar el mar…

Arica, fin de la travesía

Por fin llegamos a Arica con la alegría de saber que estamos ya cerca de nuestra Bolivia, aunque con la inquietud de no tener mucha información sobre el asalto al palacio Quemado, en La Paz, llevado a cabo por Hugo Bánzer y otros golpistas.

El transatlántico es grande y sólo descenderemos en Arica cuatro pasajeros. El capitán nos comenta que la tasa por amarrar en un puerto es muy cara y, como quien dice, no vale la pena ese gasto para tan sólo unos pocos viajeros. 

Pide una lancha que al ser liviana y más rápida nos llevará al puerto:

-Traigan sus maletas para colocarlas en la lancha, mientras nos da un apretón de manos, pero…  
Capitán, además de las maletas llevamos también carga en la bodega, le recordamos cortésmente.

La puerta de la bodega se abre y con una grúa van subiendo a la cubierta nuestra “humilde” carga: ¡tornos y fresadoras para una escuela mecánica de Oruro! Y es que, en Barcelona, los jesuitas recogían toda la ayuda posible para Bolivia y aprovechaban los viajes de misioneros  para enviarla como “equipaje acompañado”, que resultaba mucho más barato. Gran sabiduría de los jesuitas que, como buenos catalanes, saben ahorrar…

El capitán tiene que pedir una barcaza extra, en la que pueda colocar toda la pesada carga, mientras que los cuatro pasajeros llegamos al muelle en la lancha.


Bánzer Suárez, flanqueado por Paz Estenssoro, del MNR y Mario Guriérrez de FSB
¡Por fin en tierra firme! El primero de septiembre de 1971, en el ferrobús Arica - La Paz realizaremos nuestra última etapa antes de pisar tierra boliviana y encontrarnos con la realidad de una dictadura que durará siete años…

jueves, 13 de agosto de 2015

RETAZOS DE UNA VIDA. Cap. 13: DE NUEVO EL MAR (2ª parte)

Con el sabor del mar y del salitre caribeño, enfiló el buque hacia el istmo panameño. Los recuerdos de la despedida de Barcelona permanecían todavía frescos, que lentamente se iban yuxtaponiendo con la emoción de acercarnos al inmenso océano Pacífico.


El barco se aleja del muelle de Barcelona
Agosto 1971: despedida familia




Atrás quedaban padres, hermanos y amistades… Atrás quedaba también un continente viejo y volvía a plasmarse en nuestra retina el Nuevo: ¡AMERINDIA!, la América morena…


El canal de Panamá

Canal de Panamá
Una cosa era haber estudiado en libros la faraónica obra iniciada por los franceses, a partir de 1880 -pero las enfermedades y los problemas financieros los vencieron y la obra fue proseguida en 1903, por  Estados Unidos-, y otra muy diferente experimentar el paso de un océano al otro a bordo de un trasatlántico.

A través de esclusas, que hacían subir el barco desde un nivel a otra altura, la nave llegaba hasta un lago natural, Gatún, situado en el centro de Panamá. El ascenso del barco constituía en sí mismo un espectáculo de ingeniería.

El paso se hacía de noche, pero en ese momento todos los pasajeros estábamos despiertos para captar como se cerraba la compuerta de la primera esclusa, se llenaba de agua para que el barco subiera a la altura de la siguiente y, arrastrado por unas orugas, se proseguía hasta atravesar los 80 kilómetros del canal.

Puente de las Américas sobre el canal de Panamá

 Por fin, llegábamos al nivel del lago Gatún, en el centro del istmo panameño, y de ahí, navegando ya el barco por sí mismo se presentaba ante nuestra mirada, en un claro amanecer, el inmenso puente de las Américas… ¡Ya habíamos llegado al Pacífico!




Noticias no muy gratas

En aquel tiempo no existía ni el internet ni la telefonía celular. Desde el 8 de agosto de 1971, cuando salimos de Barcelona, no habíamos tenido noticias del mundo: sol, piscina, lectura, cine, salón de baile  -al cual los devotos jesuitas ni nos acercábamos-.  Sin embargo, al cruzar el canal se acercó el capitán del barco a los cuatro pasajeros que íbamos a Bolivia, un matrimonio joven y los dos jesuitas (casi el total de los pasajeros viajaba a Chile) y nos anunció la noticia que había captado por su radio: ¡acababa de ocurrir un levantamiento militar en Bolivia! “¡Vaya!  -exclamé-, cuando llegué por vez primera, en julio de 1964, viví el golpe de estado del general Barrientos contra el presidente Víctor Paz Estenssoro. Ahora al regresar en este segundo viaje ya se anunciaba un nuevo golpe…”.

Las noticias eran confusas y no sabíamos quién sería el promotor de ese levantamiento militar. Tuvimos que desembarcar en Arica para que nos informaran que el coronel Banzer, el 19 de agosto, había encabezado el golpe y después de atacar a la universidad cruceña, con el apoyo de la falange, había llegado hasta La Paz y se autoproclamó presidente de la República. Qué ironías de la vida: esa falange de José Antonio Primo de Rivera, que fue la pesadilla en España en la época del franquismo, había sido trasplantada a Bolivia por el escritor, poeta y periodista cochabambino, Oscar Únzaga de la Vega, fundador en Santa Cruz de Falange Socialista Boliviana, FSB.  

Pero no hay que adelantarse a los acontecimientos. Todavía nos faltaba surcar el mar hacia el sur. Y así, nuevamente hicimos escala en Colombia, pero esta vez en otro puerto:

Buenaventura

Colombia tiene el privilegio de contar con dos puertos importantes, uno en el Océano  Atlántico, y otro, en el Pacífico. Ese es Buenaventura. Y si me llamó la atención al llegar a Cartagena ver a los niños recogiendo monedas desde el fondo del puerto, Buenaventura me sobrecogió por la pobreza y por la violencia de quienes desesperados se lanzan en búsqueda de un botín.

Cuando estábamos cerca de atracar en el puerto el capitán del barco advirtió a los pasajeros que no había que dejar abierta la puerta de los camarotes, ni llevar encima joyas u objetos de valor… Y rápidamente comprendí el porqué del aviso: desde el muelle saltó a cubierta un grupo  de personas que  -sin que el capitán ni los marineros del buque lo impidieran-   entraron por los pasillos de la nave, golpeaban las puertas y nos miraban amenazadores… Había que permanecer un día en Buenaventura mientras descargaban mercancía y cargaban otra nueva, rumbo a Chile. Lo mejor, por tanto, era descender del barco confiando en que no pasaría a mayores el asalto.

Ramón y yo decidimos pasear acompañando a Anne-Marie, una joven francesa que viajaba sola, como misionera laica, para trabajar como voluntaria en Valparaíso. Trabé amistad con ella durante la travesía y tuvimos la oportunidad de compartir nuestros puntos de vista sobre las misioneras religiosas y el papel de los laicos. Años después nos seguimos escribiendo y me comentó que iba a casarse con un chileno y viviría en ese país. 

Al momento de relatar estos recuerdos no quisiera ofender a tantos buenos amigos colombianos que he conocido después. Sin embargo, al leer las declaraciones del actual obispo de Buenaventura, constato que no fue aquella una impresión exagerada: "Es como si toda la maldad de Colombia   - manifiesta Monseñor Hernán Epalza-   se hubiera concentrado en Buenaventura, ciudad que se ha convertido en la nueva capital colombiana del horror”.

Y prosigue con su escalofriante descripción: “Esta es la ciudad de "las casas de pique", donde bandas criminales de origen paramilitar, dedicadas a la extorsión y el narcotráfico, descuartizan vivas a muchas de sus víctimas antes de arrojar los pedazos al agua”.

Finalizada la escala en Buenaventura, el barco prosiguió rumbo al sur. ¡Ecuador, con su puerto Guayaquil, nos esperaba!



jueves, 6 de agosto de 2015

RETAZOS DE UNA VIDA. Cap. 12: DE NUEVO, EL MAR (1ª parte)

Subirse a un transatlántico por segunda vez no era algo habitual en aquellos tiempos, cuando todavía no se habían popularizado los cruceros de placer… Y tampoco había de ser por placer que me embarcaría en otro navío italiano que, en lugar de trasladarnos hasta Brasil para desde ahí volar a Bolivia  -como ocurrió en junio de 1964-, nos llevaría esta vez por una ruta diferente, más larga que la primera aunque más entretenida: haríamos la travesía por el Atlántico y  -cruzando el canal de Panamá-  seguiríamos por el Pacífico…

¿Desamor a la familia?

Algo que me he planteado muchas veces, desde que llegué a Bolivia, es si yo había perdido el amor a mis padres, así como al resto de mi familia. Y la crisis me asaltaba  -creo que ya la he superado bastante-  cuando veía a la gente llorar por la pérdida de un familiar.

El primer golpe lo recibí en México, en un instituto para maestras donde daba clases. Un mañana, veo en el aula a una joven llorosa. Por respeto a ella y para no incomodarla pregunto a una compañera del curso qué le pasa a su amiga.
- Profesor, es que ayer murió su abuelita.  
-¿Su abuelita?, la miro sorprendido, ¿y por eso llora?
La joven me miró como si yo fuera un pequeño monstruo.
-Claro, profesor, es que vivía con ella y la quería mucho

Viene entonces a mi mente la imagen de mis abuelos con quienes apenas tenía ninguna relación cariñosa y de quienes nunca había recibido yo una muestra de amor. Cuando murió mi abuelo materno creo que ni el pésame le di a mi madre. Y viene también la visión de mis padres y la despedida, a mis 17 años, para irme al noviciado de los jesuitas, o de mi partida a Bolivia, a mis 24 años…




Ahora tengo 31… Y siento lo mismo, es decir, casi nada. No me sale ninguna lágrima, no siento una tristeza especial…





Y al escribir estas líneas a mis 75 años, cuando ya mis padres fallecieron hace años y cuando cada día veo los lloros, los mensajes de dolor de quienes pierden a un familiar en Bolivia, me pregunto si habré incubado en mi interior una dureza hacia quienes me rodean, tal vez como resultado de una infancia de post-guerra donde los padres apenas tenían tiempo para dedicar mimos a sus hijos mientras luchaban por conseguir el sustento diario, o tal vez también por la formación religiosa que hacía hincapié en aquello de “quien no deje al padre o a la madre por mí, no es digno de mí” (Mt 10:37).

En el puerto

Sea cual sea la explicación, ahí estoy, en el puerto de Barcelona, con 31 años de edad, la formación sacerdotal terminada, diciendo adiós a mis padres, a mis hermanos, a mis tíos, insensible a lo que pudiera ser el dolor de la partida, del alejamiento…

Y tal vez ese subconsciente formado durante años de infancia, de juventud y de vida religiosa con la mística de renuncias y desapegos, hacen mella en mi personalidad que no será capaz de sentir el dolor y expresarlo tal y como lo siente nuestro pueblo latinoamericano en general, y boliviano especialmente.

El barco se aleja lentamente del muelle. Las imágenes de la familia van difuminándose inmóviles sobre el cemento del puerto mientras el barco enfila su proa hacia el sur. Y mi vista se dirige hacia el mar, hacia la inmensidad de ese océano sin horizonte, donde el mar acaricia el firmamento. De nuevo hacia Bolivia…

Caracas

La primera etapa de descanso después de navegar desde Barcelona es el puerto de La Guaira, en Venezuela. Tenemos el día libre para descender del barco y pisar tierra firme. Un amigo jesuita con quien compartí estudios en Bruselas viene con su auto y nos recoge a Ramón y a mí, para hacernos conocer Caracas. La modernidad de edificios contrasta con enjambres de viviendas construidas sobre las laderas de los cerros. Un conjunto de casas tiene los techos pintados del mismo color. Más allá, en otro barrio, sucede lo mismo, pero con un color diferente. 

Nuestros amigo nos explica que eso indica el color del partido que está en campaña electoral: los candidatos regalan pintura para arreglar las casas, pero los “beneficiados” tienen que votar por quien les da la pintura. La prebenda será una forma de conquistar el voto del pueblo, aun cuando el ganador olvide luego sus promesas y las casas se despinten con una lluvia intermitente que penetra al interior mismo de los hogares… Han pasado desde entonces más de cuarenta años y la prebenda sigue arraigada en los políticos que, a falta de un discurso honesto y coherente, prefieren ganar el voto en base a prebendas.

La etapa en Caracas es breve, de ahí pasamos para repostar combustible en la cercana isla de Curaçao: el petróleo abunda en Venezuela, es su principal fuente de ingresos y para los barcos que llegan desde Europa les resulta más económico llenar los tanques en Curaçao, un territorio autónomo del Reino de los Países Bajos, con una superficie aproximada de 444 km². y cuya principal industria es el refinado de petróleo importado desde Venezuela. Por la isla transita una de las principales rutas marítimas del Canal de Panamá, la misma que seguiremos nosotros para llegar al puerto de Arica. Pero antes de eso…

Cartagena

Dejamos atrás Venezuela y bordeando la costa colombiana llegamos hasta el puerto de Cartagena.

La primera impresión que recibo, antes de atracar en el muelle es el espectáculo que nos aparece a la vista, al asomarnos por la borda del barco y ver a niños nadando que piden les echemos monedas al agua. Ellos se sumergen y salen a la superficie con la moneda en la boca como si hubieran conseguido un trofeo de guerra. El espectáculo me deprime: qué nivel de pobreza el de los chiquillos de diez o doce años que tienen que zambullirse en el mar para conseguir unas monedas…

Y pienso en san Pedro Claver, el jesuita catalán, llamado “el esclavo de los esclavos”, que dedicó su vida en la ciudad de Cartagena de Indias, entre los años 1615 – 1654, para atender a los esclavos negros trasladados desde África hasta América. En Cartagena eran vendidos y distribuidos a otras regiones para trabajar hasta la muerte y enriquecer con su vida a sus patrones.     

Pedro Trigo, en el Cuaderno 70, de la Serie Cristianismo y Justicia, titulado Pedro Claver, esclavo de los esclavos, relata algunos escalofriantes datos sobre el maltrato que se daba a la población “En cada lote de esclavos que llegaba a Cartagena siempre había un grupo que enfermaban por las condiciones de la travesía y que nadie los atendía. El encerrarlos en las bodegas del barco, la humedad, el hacinamiento, la inmovilidad, la mala comida y los excrementos acumulados llevaba a que contrajeran enfermedades contagiosas, tanto de la piel y luego de la carne (llagas infectadas y tumores), como de las vías digestivas, y se supone que también de las respiratorias.

En esas condiciones, el hedor tenía que ser absolutamente insoportable. Los testimonios abundan en las llagas, el pus y la carne que se caía a pedazos, además, de las frecuentes diarreas. El hedor y el temor al contagio aislaban a los enfermos. En las casas en que los tenían en cuarentena no había atención médica y estaban desnudos, sin ninguna medida profiláctica.

Al llegar el barco cargado de esclavos, Pedro Claver por medio de los intérpretes, les daba la bienvenida, abrazando y acariciando a cada uno. Les decía que estaba allí como padre de todos.  Averiguaba si había enfermos graves o recién nacidos en peligro, se dirigía donde ellos limpiándolos, aliviándoles con lo que había traído al efecto y dándoles algunas golosinas y de beber”.


Visitar esa ciudad que, por otra parte es una joya arquitectónica para los turistas, me ponía en la realidad de esta América Latina despojada de sus riquezas y esclavizada en su mayor parte por la voracidad de los españoles, primero, y de los herederos criollos, después…

sábado, 1 de agosto de 2015

NUESTRA IGLESIA, ¿CINCUENTA AÑOS PERDIDOS?


Es curioso constatar cómo los mensajes del papa Francisco sorprenden ahora por su innovación y búsqueda de cambios, aun cuando muchas de sus palabras repiten mensajes que hace ya cincuenta años se habían pronunciado. Una somera mirada a lo vivido desde el Concilio Vaticano II, nos ayudará a comprender por qué la Iglesia ha perdido tanto tiempo:

1.   El Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes (El gozo y la esperanza) hace cincuenta años definía que “es urgente la obligación de sentirse absolutamente prójimo de cualquier otro hombre y, por consiguiente, servirle activamente cuando nos sale al encuentro, lo mismo si se trata de un anciano abandonado o de un obrero extranjero despreciado, o de un exiliado, o de un niño nacido de unión ilegítima, víctima injusta de un pecado no cometido por él, o de un hambriento que habla a nuestra conciencia recordándonos la voz de Dios” (GS, 27).

Y, más adelante, al referirse a los trabajadores, el Concilio dice: “la remuneración del trabajo debe ser suficiente para permitir al hombre y a su familia una vida digna en el orden material, social, cultural y espiritual” (Ibid, 67).

Esas y otras muchas enseñanzas del Vaticano II  -tan olvidadas después de cincuenta años-  son revividas en la actualidad por el Papa Francisco cuando habló en el II Encuentro mundial de los movimientos populares en Santa Cruz. Decía el concilio Vaticano II “la propiedad privada comporta una función social para el destino común de los bienes y cuando esta índole social es descuidada,  la propiedad fácilmente se convierte en ocasión de ambiciones (…) Se imponen, pues, reformas que tengan por fin mejoras de las condiciones del trabajo o incluso el reparto de las propiedades insuficientemente cultivadas en beneficio de los hombres capaces de hacerla valer” (Ibid, 71).

Y dijo el papa Francisco: “El servicio para el bien común queda relegado por la ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Cuando el capital se convierte en ídolo (…), cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema (…), entonces arruina la sociedad y condena al hombre (…). Se impone, por tanto, la búsqueda cotidiana de las tres T: Trabajo, Techo, Tierra”. Si el Concilio hablaba de “reformas”, Francisco afirma sin miedo: “Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras(II Encuentro mundial de los movimientos populares, Santa Cruz, 09.07.2015).

2.   Otro tema que llama la atención a la prensa y a muchos dentro de la jerarquía, como si fuera algo nuevo, es la iglesia de los pobres. Esta opción fue proclamada ya hace ya más de cuarenta años, en la reunión de obispos latinoamericanos (CELAM) en la ciudad de Medellín, en Colombia, en 1968. Ahí surgió el clamor por el compromiso con los sectores populares, así como el inicio de las comunidades de base y la teología de la liberación… “Un sordo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte”  (Documento sobre La pobreza de la Iglesia, 2), y más adelante afirman los mismos obispos: “Queremos acercarnos cada vez más con sencillez y sincera fraternidad a los pobres…” (Ibid, 9).

3.    Y hace treinta y seis años, de nuevo los obispos del CELAM, reunidos esta vez en la ciudad de Puebla, México, en 1979, recordaban que “los pastores de América Latina tenemos razones gravísimas para urgir la evangelización liberadora (…) porque de Medellín para acá, la situación se ha agravado en la mayoría de nuestros países” (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Nº 487).

Los bienes de la tierra se convierten en ídolo (…) cuando el hombre concentra toda su atención en tenerlos o aun en codiciarlos (…) la riqueza absolutizada es obstáculo para la verdadera libertad. Los crueles contrastes de lujo y extrema pobreza (…) manifiestan hasta qué punto nuestros países se encuentran bajo el dominio del ídolo de la riqueza” (Ibid, 493-494).

4.    Personalidades como el sacerdote Gustavo Gutiérrez, en Perú, o el franciscano Leonardo Boff, en Brasil; obispos como Hélder Cámara, Oscar Romero, Leónidas Proaño, Samuel Ruiz, Pedro Casaldáliga y tantos otros fueron defensores de una iglesia que se inspiraba en el Concilio Vaticano II, inspirado por otro insigne papa, Juan XXIII.

5.   Prendió la chispa y se fue extendiendo el incendio renovador. En la década de los 70, en Bolivia vivimos la gran experiencia de búsqueda de una iglesia aymara, con un obispo aymara, con sacerdotes, religiosas, diáconos casados… Toda una renovación pastoral.

   En septiembre de 1973 tuve la oportunidad de viajar a Roma, con el obispo aymara, Adhemar Esquivel, para presentar al papa de entonces, Pablo VI, un proyecto de sacerdotes aymaras casados. Era un trabajo de conjunto con la prelatura de Juli, en Perú. El sueño, la utopía era todo un pueblo aymara con una iglesia más cercana a ella tanto por la lengua como por la mentalidad. Pero… en el Vaticano nos encontramos con el muro insalvable de la rígida ortodoxia: según los defensores de la sana teología los aymaras no podían ser sacerdotes “porque no habían estudiado la teología romana”…

Sin embargo, esa chispa de renovación se fue apagando, o mejor dicho: la fueron apagando… Desde el Vaticano llegó la prohibición para enseñar a Leonardo Boff, al igual que al gran teólogo alemán Hans Kung; la política derechista, basándose en las críticas procedentes de gobiernos militares y de informes como el de Mc Namara, o en el enfoque socio-económico del Consenso de Washington, fue haciendo mella en muchos obispos y sacerdotes del continente. Había que acallar los gritos liberadores. En Brasil buscaban al “señor Medellín” porque los militares escuchaban a valerosos jóvenes anunciar: “como dice Medellín…”. Las dictaduras militares acabaron con la vida del  obispo Romero, y la del jesuita Luis Espinal. El papa Juan Pablo II amonestó públicamente al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal…

Para 1969   -menciona el Informe Mc Namara-   las nuevas perspectivas en el pensamiento católico estaban en efervescencia en Latinoamérica. Las corrientes progresistas dentro de la iglesia católica encontraron nuevos espacios dentro de las discusiones del Concilio Vaticano II (1962-1965). Versiones radicales del cristianismo se tradujeron en acciones como las del sacerdote y sociólogo colombiano Camilo Torres que se unió al Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1965. En 1968 se reunieron en Medellín los obispos latinoamericanos para discutir las implicaciones del Concilio para la región. Aunque el teólogo Gustavo Gutiérrez no publicó su obra hasta 1971, ya estaban en el aire las ideas de lo que él llamó la teología de la liberación.

La idea era clara: América Latina tenía que abrir su economía, abandonar las prácticas proteccionistas, recortar el hinchado papel del Estado; en otras palabras, la región latinoamericana tenía que insertarse en la lógica del mercado. Las reformas de política económica del Consenso de Washington representaban el programa de ajuste estructural para iniciar la transición de un modelo cerrado a uno abierto y liberalizado. El Consenso de Washington fue diseñado bajo un marco neoliberal.

Y así, la Iglesia se fue adormeciendo: obispos al servicio del poder capitalista, incluso convertidos algunos de ellos en terratenientes. En algunos Vicariatos se acuñó la nueva definición “vacariatos”… La reforma litúrgica se redujo a una celebración en castellano, pero fría y ritualista en lugar de celebrar en comunidad con la participación de hombres y mujeres. Los sacerdotes por lo general fueron relegados a ser la voz repetitiva del obispo y las religiosas quedan postergadas a un plano de “servicio y apoyo”.

Y lo más grave: el temor a la renovación, el cerrar las puertas (Juan XXIII había pedido abrir las ventanas del Vaticano para que entrara el aire del mundo) a quienes piensan de manera diferente y excluirlos de las decisiones dentro de las conferencias episcopales.

Por ello es que el Papa Francisco proclama con valentía (aunque no parece ser muy escuchado): “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (…). Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueves implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos…” (La alegría del evangelio, cap. I: 49).

La Iglesia ha perdido décadas desde aquel Concilio inspirador de nueva savia, ha ocultado graves problemas y ha sepultado la voz de grandes teólogos, por ese lastre que heredó del mal llamado “Santo Oficio”.  “La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (Ibid. 47).

Es el mismo papa Francisco el que denuncia: “Si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedor en algunas de nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos. En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (Ibid., cap. II: 63).

Y para recuperar los años perdidos, Francisco denunció ante los cardenales reunidos en el Vaticano las 15 enfermedades que a su juicio acechan a la Iglesia y en especial a la curia romana. Las enumeró, mientras los cardenales lo escuchaban asombrados: el "Alzheimer espiritual", "la mundanidad y el exhibicionismo", "la vanagloria", “la persistencia de un clima de chismes”, "el sentirse inmortal". 
"Una curia que no hace autocrítica, que no se actualiza y no intenta mejorar es un cuerpo enfermo", dijo Francisco.
Autocrítica, cambio de estructuras, defensa de la madre tierra, porque este sistema ya no aguanta… Es un llamado a recuperar los últimos 50 años perdidos, no para lamentarnos, sino para proyectarnos hacia el futuro, con una visión renovada: “¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora! ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (La alegría del evangelio, 83 - 86).