Veintidós días de viaje por mar ofrecen momentos de relax, de serenidad al
contemplar el inmenso azul sin límites, pero también hay días monótonos en los
que sólo el sonido del oleaje golpeando el navío o la visión de los delfines
siguiendo la estela del barco nos acompañan en esa mini-ciudad flotante.
Bautizo del ecuador
Cuando salimos de Barcelona y durante la primera mitad del viaje, nos
trasladamos por el hemisferio norte: nuestra brújula está dirigida siempre
hacia la estrella Polar, aquella que guiaba a los navegantes que se atrevieron
a surcar los mares en busca de nuevos mundos. Es la única estrella que
no se mueve del sitio y por eso ofrece confianza como punto de orientación.
“Esa misma estrella -nos dirá el capitán del barco-, a pesar
del radar y de la tecnología moderna, sigue orientando a los navíos para que no
pierdan el rumbo”. Y efectivamente, cada noche, desde el puente de mando en
la proa, comprueba su brújula para que se mantenga firme en la ruta. “¿Y si hay niebla o llueve?” -pregunto al capitán-. “En ese
caso disponemos del radar”.
Transcurridos varios días de navegación y después de dejar atrás el mar
colombiano aparece en el horizonte otra constelación diferente: la Cruz del
Sur, mientras la estrella Polar se difumina cada vez más lejana en la bóveda
celeste…
La Cruz del Sur nos guiará en adelante y será nuestra
guía hasta llegar a Bolivia y contemplarla como fiel compañera en ese altiplano
paceño tachonado de estrellas.
El paso de un hemisferio al otro es motivo de festejo y la tripulación
prepara una gran fiesta para celebrar el acontecimiento. Entre bebida, cánticos
y baile, la actividad que despierta más el interés es el bautizo del ecuador:
aquellas personas que realizan por vez primera el viaje y pasan por el ecuador
son echadas a la piscina en medio de la algarabía y alguna que otra queja por
parte de quienes desean tranquilidad y no mojazón…, pero al final, las sonrisas
y la alegría se imponen.
Por suerte para los dos jesuitas navegantes, ya habíamos cruzado el ecuador
cuando realizamos nuestro primer viaje, en 1964. En aquella ocasión, no nos
mojaron por eso del respeto a la sotana que llevábamos. Ahora, vestidos de
civil y sin distintivos especiales nos limitamos a explicar que hacía tiempo
habíamos sido bautizados, no con agua del mar, sino en la pila de bautismo de
nuestras parroquias…
Guayaquil
Como ocurre en todos los puertos siempre se encuentran abarrotados de trabajadores
que cargan y descargan los barcos, policías que tratan de sacar algún beneficio
de los productos importados, vendedores ambulantes y un sinfín de personas que
hacen algo antipático el ambiente. Y Guayaquil no es la excepción…
Entre y seis y ocho horas de escala para que desciendan algunos pasajeros y
otros suban, camino a Chile. Como en las otras etapas, Ramón y yo paseamos por
el centro de una ciudad que no ha quedado muy grabada en mi memoria. Guayaquil
no me impacta y espero que pasen los minutos para que la sirena del barco
anuncie nuestra partida hacia Lima.
Lima
Al acercarnos al Perú se siente más cercano el ambiente sudamericano.
Vecino de Bolivia, con un altiplano con el que comparte el lago Titicaca y una
historia incaica similar, la escala en Lima resulta más atractiva porque además
en el puerto del Callao nos espera una gran amiga, compañera de estudios en
Lumen Vitae, en Bruselas.
Con ella visitamos el majestuoso centro colonial limeño y nos lleva a
conocer uno de los “pueblos jóvenes”
-genial eufemismo para designar a los campesinos que migraban desde el
altiplano a la capital atraídos por el “encanto” de la modernidad- en donde ella vivía en comunidad con otras
religiosas.
La experiencia fue muy positiva y nos fortaleció para realizar la última
etapa antes de llegar a Arica y dejar de contemplar el mar…
Arica, fin de la travesía
El transatlántico es grande y sólo descenderemos en Arica cuatro pasajeros.
El capitán nos comenta que la tasa por amarrar en un puerto es muy cara y, como quien dice, no vale la pena ese gasto para tan sólo unos
pocos viajeros.
Pide una lancha que al ser liviana y más rápida nos llevará al
puerto:
-Traigan
sus maletas para colocarlas en la lancha, mientras nos da un apretón de manos, pero…
- Capitán,
además de las maletas llevamos también carga en la bodega, le recordamos cortésmente.
La puerta de la bodega se abre y con una grúa van subiendo a la cubierta nuestra
“humilde” carga: ¡tornos y fresadoras para una escuela mecánica de Oruro! Y es
que, en Barcelona, los jesuitas recogían toda la ayuda posible para Bolivia y
aprovechaban los viajes de misioneros para enviarla como “equipaje acompañado”, que
resultaba mucho más barato. Gran sabiduría de los jesuitas que, como buenos
catalanes, saben ahorrar…
El capitán tiene que pedir una barcaza extra, en la que pueda colocar toda
la pesada carga, mientras que los cuatro pasajeros llegamos al muelle en la
lancha.
Bánzer Suárez, flanqueado por Paz Estenssoro, del MNR y Mario Guriérrez de FSB |
¡Por fin en tierra firme! El primero de septiembre de
1971, en el ferrobús Arica - La Paz realizaremos nuestra última etapa antes de
pisar tierra boliviana y encontrarnos con la realidad de una dictadura que
durará siete años…