jueves, 13 de agosto de 2015

RETAZOS DE UNA VIDA. Cap. 13: DE NUEVO EL MAR (2ª parte)

Con el sabor del mar y del salitre caribeño, enfiló el buque hacia el istmo panameño. Los recuerdos de la despedida de Barcelona permanecían todavía frescos, que lentamente se iban yuxtaponiendo con la emoción de acercarnos al inmenso océano Pacífico.


El barco se aleja del muelle de Barcelona
Agosto 1971: despedida familia




Atrás quedaban padres, hermanos y amistades… Atrás quedaba también un continente viejo y volvía a plasmarse en nuestra retina el Nuevo: ¡AMERINDIA!, la América morena…


El canal de Panamá

Canal de Panamá
Una cosa era haber estudiado en libros la faraónica obra iniciada por los franceses, a partir de 1880 -pero las enfermedades y los problemas financieros los vencieron y la obra fue proseguida en 1903, por  Estados Unidos-, y otra muy diferente experimentar el paso de un océano al otro a bordo de un trasatlántico.

A través de esclusas, que hacían subir el barco desde un nivel a otra altura, la nave llegaba hasta un lago natural, Gatún, situado en el centro de Panamá. El ascenso del barco constituía en sí mismo un espectáculo de ingeniería.

El paso se hacía de noche, pero en ese momento todos los pasajeros estábamos despiertos para captar como se cerraba la compuerta de la primera esclusa, se llenaba de agua para que el barco subiera a la altura de la siguiente y, arrastrado por unas orugas, se proseguía hasta atravesar los 80 kilómetros del canal.

Puente de las Américas sobre el canal de Panamá

 Por fin, llegábamos al nivel del lago Gatún, en el centro del istmo panameño, y de ahí, navegando ya el barco por sí mismo se presentaba ante nuestra mirada, en un claro amanecer, el inmenso puente de las Américas… ¡Ya habíamos llegado al Pacífico!




Noticias no muy gratas

En aquel tiempo no existía ni el internet ni la telefonía celular. Desde el 8 de agosto de 1971, cuando salimos de Barcelona, no habíamos tenido noticias del mundo: sol, piscina, lectura, cine, salón de baile  -al cual los devotos jesuitas ni nos acercábamos-.  Sin embargo, al cruzar el canal se acercó el capitán del barco a los cuatro pasajeros que íbamos a Bolivia, un matrimonio joven y los dos jesuitas (casi el total de los pasajeros viajaba a Chile) y nos anunció la noticia que había captado por su radio: ¡acababa de ocurrir un levantamiento militar en Bolivia! “¡Vaya!  -exclamé-, cuando llegué por vez primera, en julio de 1964, viví el golpe de estado del general Barrientos contra el presidente Víctor Paz Estenssoro. Ahora al regresar en este segundo viaje ya se anunciaba un nuevo golpe…”.

Las noticias eran confusas y no sabíamos quién sería el promotor de ese levantamiento militar. Tuvimos que desembarcar en Arica para que nos informaran que el coronel Banzer, el 19 de agosto, había encabezado el golpe y después de atacar a la universidad cruceña, con el apoyo de la falange, había llegado hasta La Paz y se autoproclamó presidente de la República. Qué ironías de la vida: esa falange de José Antonio Primo de Rivera, que fue la pesadilla en España en la época del franquismo, había sido trasplantada a Bolivia por el escritor, poeta y periodista cochabambino, Oscar Únzaga de la Vega, fundador en Santa Cruz de Falange Socialista Boliviana, FSB.  

Pero no hay que adelantarse a los acontecimientos. Todavía nos faltaba surcar el mar hacia el sur. Y así, nuevamente hicimos escala en Colombia, pero esta vez en otro puerto:

Buenaventura

Colombia tiene el privilegio de contar con dos puertos importantes, uno en el Océano  Atlántico, y otro, en el Pacífico. Ese es Buenaventura. Y si me llamó la atención al llegar a Cartagena ver a los niños recogiendo monedas desde el fondo del puerto, Buenaventura me sobrecogió por la pobreza y por la violencia de quienes desesperados se lanzan en búsqueda de un botín.

Cuando estábamos cerca de atracar en el puerto el capitán del barco advirtió a los pasajeros que no había que dejar abierta la puerta de los camarotes, ni llevar encima joyas u objetos de valor… Y rápidamente comprendí el porqué del aviso: desde el muelle saltó a cubierta un grupo  de personas que  -sin que el capitán ni los marineros del buque lo impidieran-   entraron por los pasillos de la nave, golpeaban las puertas y nos miraban amenazadores… Había que permanecer un día en Buenaventura mientras descargaban mercancía y cargaban otra nueva, rumbo a Chile. Lo mejor, por tanto, era descender del barco confiando en que no pasaría a mayores el asalto.

Ramón y yo decidimos pasear acompañando a Anne-Marie, una joven francesa que viajaba sola, como misionera laica, para trabajar como voluntaria en Valparaíso. Trabé amistad con ella durante la travesía y tuvimos la oportunidad de compartir nuestros puntos de vista sobre las misioneras religiosas y el papel de los laicos. Años después nos seguimos escribiendo y me comentó que iba a casarse con un chileno y viviría en ese país. 

Al momento de relatar estos recuerdos no quisiera ofender a tantos buenos amigos colombianos que he conocido después. Sin embargo, al leer las declaraciones del actual obispo de Buenaventura, constato que no fue aquella una impresión exagerada: "Es como si toda la maldad de Colombia   - manifiesta Monseñor Hernán Epalza-   se hubiera concentrado en Buenaventura, ciudad que se ha convertido en la nueva capital colombiana del horror”.

Y prosigue con su escalofriante descripción: “Esta es la ciudad de "las casas de pique", donde bandas criminales de origen paramilitar, dedicadas a la extorsión y el narcotráfico, descuartizan vivas a muchas de sus víctimas antes de arrojar los pedazos al agua”.

Finalizada la escala en Buenaventura, el barco prosiguió rumbo al sur. ¡Ecuador, con su puerto Guayaquil, nos esperaba!



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