martes, 24 de marzo de 2015

Cap. 7: México, las familias


México significó también una etapa de encuentros con diferentes familias que llegarían a ser casi como la de uno mismo. Se supone que cuando se ingresa a la vida religiosa se renuncia, entre otras muchas cosas, a la propia familia: “Si uno no deja padre y madre…” (Mt. 19:29). Sin embargo, en México fui acogido por una serie de familias que me hicieron sentir como en casa propia. La renuncia la había realizado en 1957, allá en Barcelona, al ingresar al noviciado y luego, en 1964, al subir al barco para dirigirme hacia Bolivia. Sin embargo, México sería diferente.    

Los Flores 


La familia de los Flores fue para mí como mi segundo hogar, y hasta el día de hoy, después de 45 años, sigo manteniendo amistad con todos ellos. Gracias a Patricia (que estudiaba antropología en la Universidad Iberoamericana) y a su novio Gustavo (que me acompañó a muchos lugares de la capital), fui conociendo a un pueblo abierto al extranjero, además de muy religioso, aunque oficialmente no pudieran declarar esto último.

Me acogieron como a un hijo y hermano más  -aunque gachupín[1]-  y en festividades importantes como navidad, cumpleaños o el aniversario de la independencia de México me reunía con ellos. En esa fecha especialmente, don Armando, papá de Patricia, me bromeaba diciéndome que el 15 de septiembre no abriera la boca porque ese día, desde el presidente de la república[2], hasta el resto de ciudadanos gritaban en contra de los españoles.


Gustavo y Patricia fueron dos grandes amigos a quienes conocí cuando era novios. Ahora ya, padres de cuatro hijos y con nietos siguen siendo grandes amigos, aunque la distancia entre Bolivia y México no nos permita encontrarnos fácilmente.


La amistad de los Flores  -y de otras familias mexicanas-  se extendió también a mis padres, quienes en agosto de 1969, viajaron a México para mi ordenación sacerdotal y la familia Flores los acogió en su casa, como a unos parientes más…




Don Armando y Doña Graciela “mis tíos mexicanos” así como todos sus hijos: Patricia, Kachi, Armando, Cristina, Billy y Pancho, me hicieron sentirme parte de ese México lindo y querido. Y entre otros muchos grandes recuerdos, en 1970, tuve la alegría de bautizar a Gabriela, la primera hija de Patty y Gustavo, así como de celebrar el matrimonio de su prima, Gloria Flores…


Los Chabaud

Al segundo año de llegar a México comencé a ir, los domingos, a un barrio más popular  -el Peñón de los Baños-  donde un compañero jesuita celebraba misa. Y allí, después de la misa, un grupo de señoras de acción católica impartía clases de costura, cocina, alfabetización y religión a las familias del Peñón.

Un domingo llegó una de las señoras con su nieta, que había terminado el bachillerato en un colegio católico: era Guadalupe  -China como sobrenombre-   la cual tocaba guitarra, animaba la celebración eucarística y daba un tinte más juvenil al grupo de señoras.


Por medio de China fui recibido también en otra gran familia: los Chabaud. El papá había fallecido hacía poco tiempo, la mamá   -Doña Pita, por Guadalupita-   y los tres hijos  -China, Pepe y Pino-  me recibieron también como a otro más de la familia. Con China nació una amistad profunda y ella me sacudía de mi letargo semi-clerical cuando conversábamos.

Fueron momentos en los que empezaba a despertarse en mí un sentimiento entre el cariño y un amor fraternal que intentaba sublimar cualquier otra manifestación cariñosa.



El 17 de junio, al despedirme de México para viajar a Europa, China me regaló un lindo sombrero de charro mexicano. Mi ruta de viaje fue: México D.F., Londres, Barcelona y el sombrero causó sensación entre los pasajeros, mientras que a mí me consolaba de la tristeza de dejar a tantas familias queridas…







Los Latapí

Casualmente se trasladó a vivir al condominio de Tecualiapan un matrimonio joven -Jaime Latapí y su esposa Patricia-   con quienes iniciamos una gran amistad. 

Él era sobrino de un jesuita mexicano con lo cual fue mucho más fácil entrar en sintonía al nivel religioso, y fueron ellos los primeros en incorporarse a la celebración de la Eucaristía que realizábamos cada semana en el comedor del departamento.






Por medio de ellos y sobre todo de Patricia se fueron incorporando algunos vecinos más y familiares de los compañeros mexicanos de la comunidad.

La simpatía de Patricia Latapí, junto a la sobria ironía de Jaime, arquitecto de profesión, resultó un buen complemento para acercarnos más a los vecinos de Tecualiapan. 

    


Sería injusto pasar por alto tantas otras buenas familias que se unieron a esa búsqueda de un cambio en la iglesia, a través de la comunidad de Tecualiapan: la familia del gran amigo, compañero de estudio de teología y miembro de la misma comunidad, Pancho Ramos, nos recibió tanto a Miguel como a mí, como si fuéramos otros hermanos y los domingos por la tarde participábamos de la gran reunión familiar, en torno al papá de Pancho.

                     

Margarita  -prima de Pancho-  y su marido Alfredo, me obsequiaron para la celebración de la misa, el cáliz y patena tallados en madera con relieves aztecas, que conservo todavía aunque no los utilice, a la espera de algún posible (aunque lejano) cambio en las esferas del Vaticano…



Los jesuitas


En este caso, tengo que hablar de familia religiosa, esa gran familia que nos une en el mundo entero. Y ahí estaban los Panchos: Pancho Ramos, gran compañero de búsqueda, inconforme con el status quo  -fuera religioso o político-  y dispuesto a apoyar a quien más lo necesitara; con Pancho hubo una sintonía total desde el primer momento de mi llegada al seminario de Tecualiapan. Pancho López fue otro gran amigo, con un carácter y personalidad totalmente opuesta a la de Pancho Ramos; éste era moderado en su hablar, calmado y pensativo siempre; gran persona que no dio el paso a vivir en comunidad fuera del seminario, pero que nunca criticó antes bien apoyó nuestra experiencia.  

Y entre los jesuitas no mexicanos, el panameño Néstor Jaén fue también como otro hermano más; compositor musical  -con él cantamos la Misa panameña-  hombre sencillo y cordial, (querido en su tierra por su dedicación a los pobres, falleció en 2006); el nicaragüense Fernando Cardenal, hermano del poeta y místico Ernesto, hombre dedicado a la capacitación de juventudes sandinistas, y otros compañeros más  -¡muchos más!-  que marcaron también lo que sería el futuro de mi propia vida... 

Son muchos los nombres de tantos amigos, de familias que vivían en El Peñón de los Baños con su estilo popular y querendón así como de familias que se sentían cercanas a los jesuitas y nos daban una atención especial. Soy consciente de que caigo en el peligro de olvidar a otros, lo cual no significa menos cariño hacia nadie, sino la debilidad de la memoria, sacudida por muchas actividades, después de cuarenta y cinco años… 






[1] Gachupín se decía a los españoles y según la etimología náhuatl al parecer el término deriva de cactli, zapato, y de tzopini, cosa que espina o punza: la palabra compuesta catzopini significa ‘hombres con espuelas”.
[2] Cada 15 de septiembre, los mexicanos repiten el famoso Grito del cura Miguel Hidalgo, al tiempo que tocaba la campana de la iglesia, con el que se inició la Independencia de México. Esa campana fue trasladada hasta el palacio presidencial y en la noche de la festividad, el presidente la hace repicar desde su balcón.

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